Ha dicho esta semana el presidente García-Page que conviene que los partidos políticos aprueben los presupuestos de Sánchez. Dice que, solo con la luz verde al techo de gasto, él podrá cumplir con sus compromisos en materia de educación. Concretamente, el jefe del Ejecutivo regional ha afirmado en un acto en Valdepeñas que "lo importante es mantener aquellos ascensores sociales que nos permitan sentir que somos un pueblo".

Se refería a las políticas sociales, a la sanidad y, sobre todo, a la educación. El argumento resulta inexacto. Primero porque los pueblos no sienten, lo hacen los ciudadanos. Y cada uno siente según le va la vida. Por ejemplo, Marcos, que vive en Tomelloso, siente un dolor de hígado extraordinario cuando ve a los herederos de ETA poner de rodillas al Gobierno de España a cambio de su visto bueno a los presupuestos; María, de Talavera, siente vergüenza ajena cuando observa cómo, para que Esquerra apoye las cuentas de Sánchez, el Estado va a desaparecer fiscalmente de Cataluña. Y Juan, de Cuenca, tiene ardor de estómago al pensar que esos presupuestos van a incluir nuevas subidas de impuestos para contentar a la parte comunista del Gobierno.

El PSOE suele arrogarse la capacidad de abanderar los sentimientos de todos los castellanomanchegos. Y el PP, quizá por miedo o por algún complejo heredado, no suele denunciar esta actitud demagógica y caciquil todo lo que debiera. Los ciudadanos no somos ovejas, y haber nacido en un sitio o en otro no da vía libre al político de turno para colectivizarnos a su antojo. Si el PSOE quiere jugar a ser un partido regionalista, como lleva haciendo desde tiempos de Bono, es su problema; pero no deja de llamar la atención que no haya alguien enfrente que les diga día y noche que los ciudadanos somos libres y distintos. Es evidente que hay rasgos culturales que pueden unir a los habitantes de una región, pero elevar esas coincidencias a la categoría de sentimiento es una obscenidad.

El verdadero "ascensor social" no reside en que la ratio de alumnos en primaria baje de 22 alumnos, como señala García-Page. Eso puede ayudar, desde luego, pero lo que verdaderamente transforma una sociedad es la capacidad de la persona para construir su propio futuro. Uno en el que las administraciones figuren en el papel de contratado externo, no de padre todopoderoso. Si quiere Page potenciar ese ascensor, que baje los impuestos, que disminuya los trámites burocráticos para abrir un negocio, que liberalice los horarios comerciales, que mejore las políticas de ayuda a las familias numerosas, que elimine las infinitas duplicidades de su administración, que defienda el derecho a la vida. Y para todo ello no necesita los presupuestos de Sánchez-Bildu-ERC-PNV-BNG y demás caballos de Troya de la democracia española. Que trabaje para que en Castilla-La Mancha haya un tejido económico vivo y flexible que permita que la única aspiración de un joven no sea hacerse funcionario.

Claro que es más sencillo seguir afianzando los sentimientos del Partido Regionalista de Castilla-La Mancha, a lo Revilla, porque tienen comprobados sus efectos electorales a corto plazo. Mientras tanto, haría bien la oposición en afianzar una alternativa liberal, abierta, en defensa de las personas y de las familias, desacomplejada. La mayoría de los ciudadanos de Castilla-La Mancha, cada uno con sus sentimientos, están esperando.