Dicen que la vida es una serie de comienzos y finales, en todos los sentidos. Pero lo que rara vez se dice —quizá para que no nos echemos atrás— es que los comienzos suelen venir disfrazados de caos, quebrantos o fracasos. Volver a empezar no es fácil. Es una labor que exige más que arrojo: requiere humildad para aceptar lo que se rompió y fe para creer en lo que aún puede construirse o, incluso, crearse de nuevo.

Volver a empezar no es una elección, casi nunca. Hay que seguir viviendo, lo quieras o no. Llega como un huracán que arrasa con lo que conocíamos: un trabajo que termina abruptamente, una relación que no resiste al tiempo, o incluso un cambio interno que nos obliga a replantearnos quiénes somos. Es entonces cuando nos enfrentamos a la indecisión, a ese abismo donde nada parece claro y todo asusta, lo que muchos llaman salir de la zona de confort. Pero, ¿qué pasaría si, en lugar de verlo como el fin, lo miramos como un lienzo en blanco?

Volver a empezar se identifica a menudo con un punto y aparte, pero, en verdad, jamás se queda en el olvido lo que dejamos atrás. El mensaje de la vida con cada final es aprender de ello. Las mochilas se llenan de costuras, el corazón de cicatrices que jamás son defectos o fracasos: son mapas que nos muestran hasta dónde hemos llegado y cómo podemos ser mejores. Eso es lo que llaman madurar.

Lo más curioso es que no siempre se trata de grandes cambios. A veces, el reto más grande es volver a empezar en lo pequeño: levantarte una mañana después de un día terrible y decidir que lo intentarás otra vez, o buscar motivos para sonreír cuando parece que el mundo está en tu contra. Y es que, gracias a Dios, la vida está llena de cosas pequeñas que tejen la tela de nuestra existencia.

Volver a empezar es una encrucijada de salidas estupendas. Es la forma en la que la vida nos dice: tienes otra oportunidad para hacerlo diferente, para ser tú mismo, para buscar lo que realmente importa. Y aunque el miedo siempre estará ahí, recordemos que los comienzos no tienen que ser perfectos, solo auténticos.

Eso sí, hay que evitar esos errores tan habituales en los que el ser humano cae mil veces. El miedo al fracaso, ese que o bien te atenaza y no te permite tomar decisiones, o, todo lo contrario, que te lleva a buscar soluciones rápidas sin reflexionarlas. Es algo muy habitual en esta vida que hemos conjugado con la exigencia de resultados inmediatos, porque lo que no se soluciona “ya” parece no tener cabida ni valer la pena. Otro error frecuente es cargar con expectativas irreales, creyendo que un nuevo comienzo será perfecto o estará libre de desafíos. ¡Nada podría estar más lejos de la verdad! Volver a empezar implica tropezar de nuevo, ajustar el rumbo y, sobre todo, paciencia.

Otro obstáculo es el apego al pasado. ¡Cómo cuesta soltar aquello que ya no es parte de nuestra vida, sea por nostalgia o culpa! Pero aferrarnos a lo perdido es como beber sin sed o comer después de habernos saciado; simplemente, no podremos avanzar.

Volver a empezar es la forma en la que la vida nos dice: tienes otra oportunidad para hacerlo diferente, para ser tú mismo, para buscar lo que realmente importa. Y no tienes que ser perfecta para abrir los ojos, poner los pies en el suelo y decidir seguir caminando. Simplemente, tienes que ser auténtica.

La próxima vez que sientas que el suelo se desmorona bajo tus pies, recuerda esto: los árboles no florecen sin antes perder sus hojas. Volver a empezar no es una derrota; es un acto de valentía. Y tú, que has caído, también tienes la fuerza para levantarte y crear algo aún más hermoso.

¿Te atreves a intentarlo? Te dejo unos versos de uno de mis poemas favoritos de Mario Benedetti, titulado “Vuelve a empezar”, versos que me han alentado a superar el cansancio, los fracasos y las decepciones para intentarlo de nuevo. Dice así:

“Aunque sientas el cansancio,

aunque el triunfo te abandone,

aunque un error te lastime,

aunque todo parezca nada,

vuelve a empezar.”