“¿Qué les pasa a nuestros jóvenes? No respetan a sus mayores, desobedecen a sus padres, ignoran las leyes, su moralidad decae”. Esta frase se le atribuye a Platón y otra muy similar, denunciando su “desprecio a la autoridad”, a su maestro Sócrates. Aviso a navegantes: ambas son apócrifas, o lo que hoy llamaríamos un par de bulos en toda regla.

Pero no hace falta irse a los antiguos griegos para escuchar argumentos de este tipo. ¿Quién no ha oído alguna de estas letanías lamentando la degeneración de los jóvenes de hoy? Esas que siempre empiezan con “los jóvenes de ahora…” o, el aún más viejuno, “en mis tiempos”. Un rápido repaso a los últimos cien mensajes del grupo de whatssapp del barrio o de la comunidad de vecinos (de cualquiera) es buen reflejo de lo que estoy hablando. Confieso que yo también, en más de una ocasión, he caído en la tentación. Y es que, como alguno me habrá oído decir, “la ESO está haciendo mucho daño”.

Pues bien, querido lector, hoy aprovecho este espacio para retractarme de lo que dije y hago el firme propósito de no volver a caer en esa idea fácil de que los de entonces fuimos mejores que los de hoy. Y, lo confieso, ha sido mi hijo mayor, de solo 12 años, el que ha tenido que venir a recordarme que ni ellos son tan de cristal, ni nosotros, sus padres, estamos tan libres de culpa.

Todo comenzó viendo un informativo en televisión. Uno cualquiera, similar al último que hayan visto -victoria de Trump, ineptitud política en la catástrofe de Valencia, crónicas parlamentarias que parecen de parvulario, guerra en Ucrania, en Gaza…- Fue entonces cuando el niño-adolescente que tengo por hijo lanzó una frase que me dejó sin palabras: “Mamá, pues todos estos son de la EGB y, no es por nada, menudo mundo nos estáis dejando”. Yo, arrogante, iba a replicar, pero la siguiente noticia hablando de los jóvenes voluntarios organizándose para ayudar a los afectados por la DANA me lo impidió. Hay momentos en los que es mejor callarse, pensé creo que con acierto.   

Una frase lapidaria -como solo puede lanzarla un niño- que me hizo recordar que nosotros, la Generación X, la que lloró cuando murió Kurt Cobain y que se enamoró de Eduardo Manostijeras, también tuvo que oír a los adultos de entonces decir eso de que nos estábamos echando a perder. Esa juventud a la que, os recuerdo, le costó más acceder al trabajo que a sus hermanos mayores del baby boom, a pesar de que estaba, como en el anuncio, ‘sobradamente preparada’. Porque, tampoco lo olvidemos, fuimos la generación a la que le tocó lidiar con eso de ser mileurista, que trabajó en muchos casos tres puestos por debajo de su capacitación laboral para “meter la cabeza”, y la que aprendió de golpe, allá por 2008, que era eso del euríbor y las hipotecas basura.

Pero es que, además, fuimos esa generación que creyó hace 30 años que otro mundo era posible, que más tarde nos indignamos y que hoy está tomando las decisiones en las grandes empresas, en las administraciones, la que llena los escaños del Congreso, la que ha vuelto a poner en el mapa a los partidos de ultraderecha… Confieso que, después de esa conversación con mi hijo, cada vez que veo un informativo o leo un periódico me da por pensar que ojalá esta Generación de Cristal no se parezca mucho a sus padres y madres. Se verá.