Algunos ingenuos creímos que la llegada de las primarias a la política española serviría para revitalizar un sistema en el que tantas veces se diagnosticó la enfermedad de la partitocracia como una de las causas de su desprestigio ante el ciudadano común. Uno sigue pensando que las primarias, como todos aquellos instrumentos que pongan el rumbo de las organizaciones en la voluntad del afiliado, serán siempre positivas. Otra cosa es la instrumentalización que en partidos, como es el caso más flagrante del PSOE de Pedro Sánchez, se ha hecho de la legitimidad adquirida en unas primarias por un líder que a continuación de obtener el poder convierte el partido en un instrumento al servicio de uno de esos hiperliderazgos rayanos en el caudillismo más clásico y tristemente conocido a izquierda y derecha. El PSOE es hoy cualquier cosa menos un partido de debate, diálogo y vocación de mayorías. El partido se ha convertido en un instrumento que solo sirve para mantener el poder a costa de cualquier cesión a unos socios de gobierno regocijados en el banquete permanente.

Pero la utilización de los instrumentos clásicos de la democracia, como es el voto al servicio de un liderazgo ciego, no es algo que haya surgido con Sánchez. Menos los que no quieren verlo de otra manera, la mayoría de las personas que conocen mínimamente la Historia del siglo XX saben las consecuencias. De nada sirve votar si el elegido utiliza el poder para desmontar cualquier freno institucional que le discuta su liderazgo. Si se vuelan con dinamita demagógica principios como la separación de poderes o el respeto al adversario, levantando muros y alentando la confrontación, nada bueno se puede esperar, y en esas estamos.

Por eso nadie espera nada del congreso del PSOE que se celebrará este fin de semana fuera de lo que el caudillo ha programado, y mucho menos que ni siquiera la única voz crítica seria y que de vez en cuando se deja oír, representada en Emiliano García-Page, resuene como lo hace desde hace años en los medios de comunicación.

Y mira que Emiliano lo tiene fácil, porque el único esfuerzo que tendrían que realizar sus asesores es recopilar todas esas declaraciones y cuadrarle un discurso con el que seguro dinamitaría la pantomima de un congreso del que todo el mundo sabe de antemano que es lo que va a salir.

Y, si no se atreve con una antología de su pensamiento sobre el sanchismo, al menos debería plantear algo de lo que nadie osará hablar y que no es el olor a corrupción que apesta el entorno, las instituciones y los hombres y mujeres que rodean a Pedro Sánchez. En el congreso del PSOE tampoco se hablará de la financiación singular de Cataluña, un tema, como todos los tejemanejes y cesiones del líder carismático a sus socios, fuera del poder de decisión de todos aquellos que eran tan felices votando en unas primarias. ¡Avanti Emiliano!