Mi amiga Ángela es arqueóloga de pueblo. Me hace mucha ilusión escuchar cómo lo pregona porque comparto con ella raíces rurales y un amor desmesurado hacia lo que ahora conocemos como 'España vaciada'.

Hace algunos años, una mañana de domingo, Ángela y su equipo se encontraban tomando las medidas al verraco de Totanés. Coincidió que la gente salía de misa e Ildefonso, por entonces alcalde, se acercó a los arqueólogos entre tímido e intimidado y los invitó a visitar un conjunto de piedras que desde niño conocía en las tierras que labraba su familia.  A su ojo experto le parecía “que no habían nacido allí”.

Algún tiempo después, tras los correspondientes estudios de historia, geología, física o topografía, entre otras disciplinas auxiliares, Ángela, Miguel y el equipo de Cota 667 determinaron que se trataba de una estructura megalítica con unos 4.500 años de antigüedad, Totanés se quitó para siempre el sambenito mediático anterior y se convirtió públicamente en el único municipio de Castilla-La Mancha en albergar un crómlech.

Esta estampa rural se daba nuevamente en Ajofrín cuando un requerimiento administrativo y la buena voluntad de unos propietarios hicieron posible la identificación de unos baños de tradición árabe extraordinariamente bien conservados. La estructura abovedada, datada por los arqueólogos en el siglo XIII, destaca por su singularidad en el centro peninsular y aporta información valiosa sobre este tipo de instalaciones fuera del entorno urbano.

El patrimonio rural de nuevo protagonista, como lo ha sido en Méntrida, tras la intervención arqueológica y la museización de las cuevas del Castillejo; o en Camarena, donde se han inventariado y digitalizado mediante técnicas de fotogrametría varias cuevas-bodega de titularidad privada para su apertura al público en internet. También en Los Navalucillos, que ahora dispone de un atractivo museo etnográfico con fotografías, audiovisuales y utensilios de tiempos pretéritos.

La arqueología de pueblo no entiende de horarios, de festividades ni de colores políticos. Entiende de escucha activa y de diálogo con las comunidades locales, tan orgullosas de su rico patrimonio histórico, artístico y natural como necesitadas de manos técnicas capaces de poner estos recursos al servicio del desarrollo.

Ángela reivindica la función social de las personas que se dedican a la arqueología, a menudo percibidas con miedo y desconfianza o relegadas al papel de molestas intermediarias que generan costes adicionales y dificultan la conclusión de una obra.

Esta arqueóloga de pueblo, a la que he visto conseguir su grado universitario, emprender joven, doctorarse en arqueología de la Guerra Civil, formar una familia y presentar en Toledo su libro más preciado rodeada por todos sus maestros y maestras, también saca tiempo para comunicar el valor de la disciplina a la que dedica su vida, alzando su voz en favor de la gestión cultural y patrimonial en nuestros pueblos. Confío en que, en algún momento, decida poner también su talento al servicio de la enseñanza.

El modelo de arqueología que defiende y practica no se limita a realizar excavaciones o informes técnicos, sino que incluye una propuesta de gestión y difusión creativa sustentada en el respeto a los vestigios patrimoniales y al legado inmaterial. Esta manera de entender la arqueología concilia el avance del conocimiento con los intereses de las administraciones y de la propiedad, a menudo necesitados de una pedagogía que aleje estereotipos, fantasías o delirios.

Es su manera de elevar la profesión, difundir la utilidad de la ciencia y validar el amor por el medio rural, rico, riquísimo, en sabiduría y tradición.