Querido Javier, te voy a robar la frase: “La radio, una forma de trashumancia que nos ha llevado de los pastores viejos a los altos palacios”. Los que nos dedicamos a la radio, de un modo u otro, tendemos a recrearnos en las analogías entre nuestro medio de comunicación y la vida. A veces, exageramos nuestra influencia o creemos que la palabra dicha es palabra predicada. Pero es que Javier, que acaba de escribir en este periódico un fantástico artículo homenaje a los 90 años de Radio Ciudad Real Onda Cero, tiene mucha razón cuando explica cómo las ondas desdibujan las clases sociales. Es más, la radio es precursora de la democracia. Porque votan igual en la escucha unos que otros: artesanos de Talavera y propietarios de cigarrales toledanos, industriales de Puertollano y agricultores de Valverde del Júcar. Pero también porque la radio nos trajo la democracia por anticipado, cuando Hora 25 se atrevió a explicar la actualidad vibrante de una España en transición. El golpe de estado del 23F, ya saben, se escuchó por la radio, aunque en el recuerdo colectivo haya quedado aquella imagen de Tejero que nadie pudo ver. Oímos los tiros, y luego el silencio, que también es radio.

La radio también forma parte de la identidad de Castilla-La Mancha. Durante largos años, las señales horarias marcaban el ritmo del trabajo en el campo, anunciaban las gachas y la hora de vuelta. En tantas mesas camillas de nuestros pueblos, se iba pasando la tarde con Encarna o con Julia. Esa radio que se te metía en el coche en las largas llanuras manchegas, los fines de semana escuchando goles, las noches solas, que no lo eran tanto.

Y permítanme un recuerdo a esas madrugadas en las que, quien esto escribe, atravesaba el casco toledano, disputando el alba con los gatos de los callejones, enfilando ese balcón de Zocodover desde el que la radio despertaba a la ciudad y a la región. El santoral, el tiempo, la CCM, el Estatuto, las cosas del Ayuntamiento, de este y aquel, un incendio, una desgracia, una lotería… el guion era y es la vida pequeña y las grandes historias. Luego llegaban la Acevedo y Natalia y Carlos y Pepe, y bajábamos a desayunar al Santa Fé para poder alimentarnos de café y costumbre. Que eso también es la radio: espejo de los nuestros, relación horizontal con quien te escucha, que eres tú con otro nombre. Y por la tarde encendíamos El Patio, para que Rafa y Juanjo y Carmen se echaran las murallas de la ciudad a la cabeza con tacto y verdad.

La radio acaba de cumplir 100 años, desde aquellas primeras emisiones aisladas de EAJ-1 Radio Barcelona. Luego vino la república, la Guerra Civil, en que las ondas fueron armas y refugio, la dictadura con sus represiones y sus radionovelas, la democracia y las estrellas de la radio cuyo rastro no se apagaba nunca. Y ahora la radio se nos disfraza de podcast para sobrevivir y adaptarse, que es lo suyo. Ahora la radio es audio y ficción sonora y nuevas narrativas al servicio del gran protagonista, el de siempre: ese que ahora te mira en el espejo.