Hay que reconocerle a Emiliano García-Page la creatividad que ha desarrollado, en seis años de Pedro Sánchez, para atizarle cotidianamente al régimen y mantener vivo el pulso de las lanzas sin que decaiga la fiesta. Su fiesta: política, mediática y, por supuesto, propagandística. Se lo ha venido currando en todo este tiempo, con un ingenio ascendente, y ha sido capaz de consolidar un discurso sólido y muy bien armado que da mucho juego a todo el mundo. Su momento de madurez política está en la máxima expresión y este viernes también le vemos brillar en la Conferencia de Presidentes de Santander.
Es verdad que se repite Page un poco en los argumentos, lo contrario sería para matrícula, pero despliega ya una admirable locuacidad con la que ha construido un personaje, a caballo entre la realidad y la política-ficción, que se ha tomado muy en serio a sí mismo y se siente responsable de mantener la conciencia crítica frente a un status quo sanchista en evidente proceso de degeneración institucional y decadencia moral. Ocaso sanchista a la vista ya de todos y sin necesidad de andarse con escrúpulos, ni rodeos, ni disimulos, y Page por el medio descabalgando la vida a pedradas.
El sanchismo podrá durar todo lo que dure, quien sabe si todavía unos cuantos años, pero su desplome ético y político es indiscutible. Cada día se sobrepasa una línea roja y un nuevo escándalo esconde al escándalo anterior. El PSOE ha perdido todo sentido del Estado a manos de Sánchez y es probable que el partido termine destrozado en las hechuras básicas de su historia y su pensamiento, pero nadie, salvo Page y pocos más, se revuelve y se queja. El Partido Socialista ha sido sustituido por una mano de hierro que lo abduce todo alrededor, y es pertinente preguntarse hasta cuándo.
De tal guisa que el sanchismo ha devenido en una roca de cemento armado, de rostro duro e impenetrable, y el presidente de Castilla-La Mancha ha encontrado a la contra su sitio en el sistema y ahí sobrevive cómodamente instalado no se sabe muy bien con qué objetivos. Con qué expectativas, si es que existe alguna. Un día y otro día. Creo en la honestidad de la sincera posición crítica de Page, creo en la integridad y dignidad de lo que dice, pero me pregunto hacia dónde va este río que nos lleva: para qué sirve, qué ha conseguido y cuál es realmente su camino y su horizonte. Qué rumbo tomar.
El momento actual de España, tan grave, exige mayor implicación de aquellos que tienen la capacidad de remover y sellar el albañal. Mucha gente está muy harta. Pero con frecuencia veo a Page, de tan repetitivo y recurrente en los telediarios, como la coartada que se ha buscado Sánchez para explicarse y justificarse a sí mismo, la parte del sistema que termina por cerrar el círculo y que todo siga igual. Dos polos que se atraen y se repelen a la vez. Que se me entienda bien: no cuestiono a Page, sólo me genera una gran incertidumbre el sitio dónde quiere ir a parar. Y para qué. O sea: cuál es su final de etapa, su estación termini, su meta.
Así lo creo: está Page en una importante encrucijada, un fundamental cruce de caminos, y tiene que decidir hacia dónde se dirige. Al menos, a mí me lo parece. Repetirse a sí mismo en un melancólico bucle infinito no parece tener ya mucho sentido. No a estas alturas de la comedia, que realmente es un drama. Algo tendrá que pasar.