Ya lo dijo el Cid Campeador: "Qué buen vasallo si hubiera buen señor". Son momentos de hacer balance del año y, sinceramente, las dos palabras que me salen son "qué pena". Intentaba recordar cuáles habían sido las noticias más importantes del año y todas las que me venían a la cabeza iban aparejadas de un suspiro y de un lamento.

Empecemos. Cómo olvidar la Ley de Amnistía, esa que para muchos españoles divide el país en dos "Españas": la de la gente que va a la cárcel si comete un delito y la otra. Es decir, esa parte que parece tener derecho de pernada camuflado del famoso "interés general" al que tanto alude Pedro Sánchez o, simplemente, "para recuperar el diálogo y la paz". Quizás alguien tenga que decir al presidente que aquí no hay una guerra, sino una minoría intentando poner de rodillas a una mayoría.

La segunda noticia que he recordado como relevante del año ha sido esa que, sin anestesia, sirvió de cortina de humo, que me perdonen algunos por dicha afirmación, cuando España reconoció al Estado Palestino. No entro a discutir si es acertado o no: desde mi punto de vista fue un error que podría haber salido bastante caro teniendo en cuenta que el aliado es Israel; pero, insisto, prefiero no entrar a opinar, pero es innegable que el insigne presidente debería de haber contado con el resto del Congreso y no a través de una declaración institucional a la salida de un Consejo de Ministros.

Quizás, sólo quizás, algo tuvo que ver que sólo dos días después se aprobó la Ley de Amnistía y Palestina fue una gran cortina de humo para que no se abrieran informativos con Cataluña. Pues eso: ¡Qué pena!

Tampoco he podido olvidar el regreso de Puigdemont a España, por mucho que le pesara, en agosto de 2024. Esos días en los que nos hicieron creer que su huida a Waterloo y posterior operación "jaula" fue un acierto de su equipo y nefasto error de la Policía y Guardia Civil. Como en tantas ocasiones, muchos políticos han creído que somos tontos, pero aún duele más que piensen que lo somos y que se rían hasta que les duela la mandíbula de todos nosotros.

Obviamente, estaba orquestado. En el momento que Puigdemont puso un pie en España sabía cómo, cuándo y por dónde se iba a escapar. Todo estaba perfectamente premeditado y desde el Gobierno no se hizo todo lo que se podría haber hecho para que el prófugo hubiera respondido ante la Justicia. Como he dicho antes, ¡qué pena!

Y, para el final, otro que ha clamado al cielo. Otra noticia que demuestra la bajeza moral de muchos políticos que tienen dos caras, de políticos que hablan de bolsillos de cristal y los tienen opacos, de políticos que hablan de ser honorables y dejan mucho que desear y de políticos que hablan de moral de intachable y en realidad tienen visos de ser depredadores sexuales.

Cuántas veces hemos oído hablar del "sólo sí es sí" y "yo sí te creo". Obviamente, hay que ser duros con todos aquellos que agreden a una mujer física, verbal o sexualmente; pero para todos. Si se decreta una norma y si se nos ha llenado la boca de ser más papistas que el Papa, no podemos cambiar las reglas del partido cuando nos interesa, o lo que es lo mismo, por llamarme Íñigo Errejón. Posiblemente, si hubiera sido cualquier otro ya habría dormido entre rejas para evitar que siguiera propasando límites y barreras, pero como decía al principio de este artículo de opinión, quizás haya dos "Españas" y yo debo de estar en la de los tontos o muy tontos.

Sinceramente, les digo entrelíneas: ¡Qué pena de España!