La única razón por la que Sánchez sigue siendo presidente del Gobierno es porque Emiliano García-Page así lo quiere. Cuesta admitirlo, porque parece lo contrario. Nos hemos cansado este año de leer titulares en la prensa nacional elogiando la valentía del presidente regional, el único que se atreve a oponerse a Sánchez, el último socialista con cargo que no ha perdido la cabeza. Dicen. Y es verdad. Pero solo una parte de la verdad. La menos importante.

¿Ha demostrado Page valentía al criticar públicamente las decisiones más peligrosas de Sánchez, desde la amnistía a los delincuentes hasta el asalto fiscal al conjunto de los ciudadanos, pasando por los indultos inmorales y el pacto con los proetarras de Bildu? Sí. ¿Ha servido para algo? No, y mil veces no. Las personas del entorno de Page suelen argumentar que no puede hacer más: los diputados de las Cortes no dependen de él y, desde la presidencia de una comunidad autónoma, poco se puede hacer. Pero no es verdad. Ellos saben, como lo sabe el presidente autonómico, que puede hacer mucho más.

Para empezar, hay dos medidas que podría haber adoptado:

La primera, pedir a los diputados del PSOE de Castilla-La Mancha en el Congreso que votaran en contra de los atropellos legislativos de Sánchez. Convocar una rueda de prensa a las puertas del Congreso y, delante de los medios que tanto le respaldan, declarar públicamente que su posición es contraria a ese camino de confrontación y sectarismo que promueve el presidente del Gobierno. Luego, los diputados hubieran votado lo que quisieran; cada uno con su conciencia, pero nadie podría reprochar a García-Page no haber intentado frenar esos ataques a la democracia española. Conviene recordar que, entre los 8 diputados del PSOE regional en el Congreso, se encuentra el número 2 de Page, el toledano Sergio Rodríguez, quien, al igual que el resto, ha votado sistemáticamente a favor de todos los desvaríos de este gobierno frentista.

La segunda cosa que podría haber hecho García-Page es votar en contra de las decisiones de Sánchez en las Cortes Regionales. No se trata solo de apoyar las iniciativas que, lógicamente, ha presentado el Partido Popular, sino de llevar él mismo propuestas parlamentarias para que, en el ámbito autonómico, de forma simbólica y real, quedara claro que Castilla-La Mancha dice no al proyecto rupturista de Sánchez.

Estas dos medidas hubieran llevado, probablemente, a la expulsión de Page del PSOE. Es muy probable, dado el grado de cesarismo con el que Sánchez dirige el partido. Sin embargo, Page, además de afrontar con mucho más aplomo el reflejo del espejo, hubiera quedado ante la opinión pública como el único que, verdaderamente y no de boquilla, se atrevió a detener el delirio del sanchismo. Y ese argumento bien podría valerle una posición determinante en el nuevo PSOE que, inevitablemente, deberá surgir tras esta etapa de oscuridad.

Sí, es probable que, en un primer momento, Sánchez hubiera situado a Milagros Tolón o a Isabel Rodríguez al frente del PSOE de Castilla-La Mancha. Ambas son leales a Sánchez, pero no tienen arraigo alguno entre las bases del socialismo castellanomanchego. ¿Y qué futuro tendrían ellas o ningún dirigente que haya coqueteado con Sánchez una vez que este, por vía judicial o por el inexorable peso de las urnas, termine fuera de Moncloa? Solo quien se atreva a decir no ahora tendrá una oportunidad después. Y Page está renunciando a ser esa alternativa de futuro. Por muchas ruedas de prensa que dé.