Ha sido como un bofetón de tiempo en la nostalgia de la mejilla. El Ayuntamiento de Toledo ha concedido por la festividad de San Ildefonso el título de Concejal Honorario a Fernando Sanz Domínguez y Ángel Felpeto Enríquez. Sobre el segundo escribí más de una ocasión, nombrándolo santo varón de la paciencia. Hizo además en su discurso de San Marcos una gran defensa de la empatía política, algo que no es común ni se lleva en el momento. Pero mi debilidad es Fernando Sanz, el carrillón de la memoria, el vuelo alto del Casco, la frente nívea y despejada del servicio público. Ha sido volver atrás con el micrófono de Radio Toledo en mis primeros pasos por la Ciudad Imperial, esta ciudad que atrapa y no te deja ni a sol ni a sombra por más que los meses pasen.
Quienes vivimos en Toledo parte de nuestra vida, tenemos el costado abierto por la lanzada de su belleza. Fernando es como su ciudad, noble, serio, carismático y abierto. Mucho se habla de los toledanos y la hidalguía, pero hay que asomarse al corazón y los geranios. Fernando es un patio toledano frondoso del que cuelgan tiestos y pilistras ubérrimos que procuran ambientes más amables. Cuánto disfruté en silencio sin que él lo supiera con sus parlamentos en la radio.
Es como si a la vida de pronto le hubieran dado la vuelta como un calcetín y ya sólo los recuerdos acechen tras las columnas y esquinas. Cuántas veces retransmitió Fernando el lanzamiento del cohete del Valle para Pura Pérez Campillo, María José del Moral, Chema Cervantes o quien esto escribe. La toledanía la llevamos tan en la sangre que nos corre la Custodia por las venas. Y eso que uno es de la Mancha y vive ahora la época más increíble de su vida. “Hijo mío, a veces hay que volver a la tierra para hacerse más fuerte”, le dice Julia Claudia a Caracalla cuando se queda en Asiria en lugar de volver a Roma. La Mancha es océano, Macondo al que regresar, la tierra de la sapiencia y la hechura. Pero Toledo son los tiempos, los siglos ejecutados y la mar caliente, la piedra soliviantada por el correr de los años. Eduardo Sánchez Butragueño lo sabe bien y por eso la inmortaliza en sus Toledos olvidados.
Fernando no puede ser nunca un Toledo olvidado. Desde su casa en la Mezquita del Cristo de la Luz hasta su sabiduría y cuidado en el servicio público. Jamás una mala palabra, nunca un mal gesto, siempre una sonrisa amable más amplia que la Puerta del Sol. Si a alguien me quisiera parecer, sería a él porque demuestra algo que los filósofos intuyen en el principio de sus cavilaciones. Que la sabiduría conduce indefectiblemente a la bondad. Dio las gracias a su familia por las horas que le robó… Su mujer, sin conocerla, forma parte de mi vida, porque me escuchaba cada hora y en todo instante… Tuvo un hijo político, Fernando, que ejerció su cargo de subdelegado del Gobierno con juventud y maestría. Ahora el ayuntamiento que preside Carlos Velázquez lo nombra Concejal Honorario. Dice mucho del Alcalde reconocer a sus antepasados. Y a Luis Sánchez Contador, Ángel Muñoz Bodas, Agustín Conde y Juan Manuel de la Fuente, que no sé si fueron pareja de mus, pero sí desde luego de aventura política. De la Fuente es otro al que siempre llevaré en el corazón como a Fernando. TTVs, pero qué TTVs. Y es que si hay que prender algo en el corazón para toda la vida, que la llamarada de fuego sea la piedra, el cielo y el alma de Toledo.