Toledo no necesita promover lo paranormal para ser una referencia cultural. Por lo tanto, su alcalde, Carlos Velázquez, se equivoca. No sé si fue un lapsus o si no se dio cuenta de lo que estaba diciendo, pero no estuvo acertado el pasado fin de semana al referirse a "lo mágico y esotérico de Toledo" como una vía para la promoción de la capital castellanomanchega. ¿Qué necesidad hay de mencionar brujas en la ciudad de la Catedral Primada?

Ninguna de las tres culturas que han marcado Toledo incluye entre sus esencias lo paranormal. Más bien al contrario, la fe es una forma de conocer que, en diálogo con la razón, nos conduce al bien, a la verdad y a la belleza. Esa razonabilidad, especialmente propia del cristianismo y accesible a cualquier persona, es la que permite abrirse a la trascendencia.

Toledo ha sido, durante siglos, el corazón espiritual de España. En sus piedras rezaron los santos; en sus murallas, Santa Teresa fundó el convento de San José en 1569. Anteriormente, ya había sido sede de varios concilios durante el reino visigodo. Además, de Toledo se nutrió El Greco para pintar obras como El Santo Entierro de Cristo, La Asunción de la Virgen, La Crucifixión y La Adoración de los Pastores.

Tras la conquista musulmana en 711, Toledo se convirtió en una de las ciudades más importantes del Califato de Córdoba. Asimismo, la presencia judía en la ciudad está documentada desde tiempos romanos. Uno de los pensadores judíos más relevantes, Moisés Maimónides, pasó gran parte de su vida en Toledo, donde escribió algunas de sus obras filosóficas y teológicas.

Por lo tanto, lo esotérico y lo paranormal son ajenos al corazón de Toledo; no forman parte de su historia, más que como un añadido posmoderno, un apéndice a pie de página escrito por quienes confunden la fe con la magia y la revelación con el ocultismo. El alcalde de Toledo está realizando una gestión encomiable, que incluso quienes no le votaron aplauden en secreto. La ciudad ha resurgido como el faro cultural y turístico que siempre fue. Por eso resulta incomprensible que el Consistorio recurra a estas excentricidades, que, si bien en muchos casos son inofensivas, también pueden demostrar ser peligrosas.

En un mundo lleno de algoritmos que premian lo escabroso, lo tétrico, lo insólito y lo raro, quizás convenga plantarse en la calle Ancha con un cartel enorme en el que pueda leerse aquel aforismo luminoso de Chesterton: "La existencia ordinaria e insignificante es como diez mil cuentos de misterio apasionantes mezclados con una cucharilla".