Susana es el PSOE
No es para morirse de felicidad, pero Susana Díaz es el PSOE. Tal cual, en lo bueno y en lo malo. El clásico, el de siempre, el que conocimos antes de que Zapatero acabara en 2004 con los consensos básicos de la Transición, impusiera la negación del otro como principio del sistema y diera comienzo la lenta pero implacable demolición socialista a la que hoy estamos asistiendo. Acabo de leer a Beatriz Talegón y me he venido arriba. Representa Susana a ese PSOE histórico mucho mejor que Pedro Sánchez, heredero a medias de la peor hornada ideológica de aquel zapaterismo y el enorme complejo de vivir que padece el socialismo desde el minuto uno de la existencia de Podemos, que es el otro hijo ilegítimo de la deriva socialista iniciada hace justo trece años y que tan cara está costando. El huevo de aquella serpiente no sólo no ha muerto todavía dentro del PSOE, sino que puede incluso terminar en suicidio político colectivo, según vengan las cosas que van a pasar de aquí al mes de junio.
Pedro Sánchez es verdad que tiene a su favor la coherencia con el PSOE que a él le ha criado y la generosidad de haber dejado el escaño tras su derribo, pero representa el alma podemita y zapaterista del socialista militante, mimetizado a la moda con el medio ambiente, y ese no es buen futuro para un partido de Estado y de gobierno con casi siglo y medio de historia. Susana al menos es la continuidad del PSOE del 78 y los valores democráticos, mágicamente citado consigo mismo en la estelar presentación del pasado domingo en Madrid para enseñarle a la gente que a lo mejor todavía existe y tiene alguna cosa que decir. Un PSOE que quiere volver, o lo parece, a ser sólido y de Estado, institucional y socialdemócrata frente a otro PSOE rebelde, punki y adolescente, melancólico y añorante de los tiempos de póster e instituto. Dos líderes, dos almas, dos maneras de meter de lleno al PSOE en el corazón del siglo XXI: uno tendrá que matar al zapaterismo y reencontrarse de urgencia consigo mismo; el otro, por el contrario, quiere llevarlo hasta sus últimas consecuencias y cambiar las reglas del juego, ya se ha visto que a mucho peor.
Es paradójico y contradictorio en este escenario que Zapatero, cuyo peor legado es el sanchismo, haya entendido de alguna manera que se le fue la mano con la demagogia, el totalitarismo ideológico, los cordones sanitarios y el "como sea" y que ahora, años después, hay que recogerse en el camino y regresar al clasicismo democrático, que viene a ser Susana Díaz con su cansino y forzado acento andaluz, su discurso pretendidamente estadista y su apasionada forma de ser y puesta en escena, tan felipista y aglutinadora. Susana tiene el discurso medio vacío y algo recargado de populismo insustancial, pero entiende la responsabilidad y el sentido común de las cosas: en lo suyo hay vocación de ser arrolladora y llegar al centro de la gente, más aún cuando tiene enfrente un liderazgo furioso y cabreado que ha entendido la rabia de la calle y se la quiere disputar a Pablo Iglesias, y gobernar con ella y romperlo todo. El PSOE de Susana, pese a sus posturitas de salón, es demócrata, institucional e incluyente; el de Pedro es frentista, callejero y excluyente: dos modelos radicalmente opuestos.
El drama socialista es que en esta guerra se la juegan. Es el todo por el todo. La división es tan profunda y la herida tan dolorosa y tan sangrante que ya veremos hacia dónde llevan mayo y las primarias, pero tal vez algo se haya roto para siempre en la médula del Partido Socialista y ya no sea posible la recomposición. El alma rota. Dos corazones antagónicos presentan difícil convivencia en un solo cuerpo que está en lucha total consigo mismo. Es la batalla final: sólo puede quedar uno... o ninguno. Susana es el PSOE, Pedro el abismo. Ganar elecciones generales ya es otra cosa.