Cospedal contra el mundo
Hay que ver cómo son la izquierda política y sus eficaces y abundantes satélites mediáticos. El periodismo político de verdad está en vías de extinción y tiene toda la pinta de terminar de sucumbir una vez que la política con mayúsculas y los valores desaparezcan no sé si para siempre de la democracia en España. El doble rasero que se gasta la izquierda y sus escuderos a la hora de medir sus defectos y los de los demás es tan llamativo y escandaloso que sería una risa si no fuera porque se ha instalado en el imaginario nacional y de ahí no hay quién lo saque. Su capacidad propagandística es realmente espectacular y se sitúa a años luz de las pobretonas incursiones de la derecha en el mundo de la comunicación: una gran virtud contra un enorme defecto. Es lo que hay: la propaganda golea constantemente a la información. Puro choteo, estamos abducidos.
En realidad, la situación no es cómica, sino dramática y supone que una parte del tablero tiene carta blanca para todo tipo de indecencias y mangoneos y la otra no puede moverse un centímetro sin tener sobre su cabeza el gigantesco foco de luz blanca que airea el más mínimo detalle y te pega pescozones constantemente. Los socialistas pueden montar un gigantesco sistema de saqueo del dinero público como el andaluz. Los socialistas pueden irse a las cloacas del Estado a hacer encargos. Los socialistas pueden ser beneficiarios de las tarjetas black y montar sociedades pantalla. Los socialistas pueden copiar la tesis doctoral, sacarse el máster por la gorra o mentir descaradísima y abiertamente sin apenas coste político y mediático, pero esos mismos defectos en los populares son pecado mortal y ponen a reventar los telediarios y las portadas: ser de izquierdas es muy cómodo y barato pero ser de derechas está penado y es costosísimo en lo personal, lo político y lo profesional. La derecha española no ha sabido nunca arreglar este gigantesco agujero negro que puede terminar engullendo todo lo suyo.
Así que la España de los últimos años es un clamor absoluto en esta juerga y el asunto de estos días en torno a Cospedal es un caso evidente de tal circunstancia penosa. Las grabaciones de la exsecretaria general del PP y expresidenta de Castilla-La Mancha con el excomisario Villarejo llevan desde el minuto uno la merecida vitola del escándalo que, sin embargo, nunca le dieron a la ministra de Justicia, Dolores Delgado, siendo evidentemente su caso mucho más grave y repugnante, aderezado además con una flagrante mentira de Estado desde el Gobierno de Pedro Sánchez que hubiera sonrojado a cualquiera con un poco de vergüenza. Lo conocido hasta este miércoles de esas grabaciones pone de relieve que Cospedal, metida en ese peligroso jardín, no ha cometido ningún delito ni ha mentido a nadie, pero ya está juzgada y condenada y el roto que el caso está haciendo a Pablo Casado, y a Paco Núñez en Castilla-La Mancha, es muy notable. A Pedro Sánchez y Pablo Iglesias les importa muy poco la ignominia que lleva encima Dolores Delgado, pero a Cospedal no le pasan ni esto ni nada: tan real como vergonzoso y sectario, pero a la vez tan meritorio de que esta doble moral hipócrita no le interese lo más mínimo a casi nadie. Cuatro gatos.
De manera que Pablo Casado, en tal estado de cosas, va a tener que tomar medidas. Cospedal las merecerá o no, según criterios, pero no va a haber más remedio. Vaya por Dios: tan recién llegado y con estos disgustos ya. La política es un mundo turbulento y voraz y Cospedal tendrá que aceptar el destrozo que esto provoca hoy al PP. Navegar por el lado salvaje del Estado tiene estos riesgos. Las camaraderías de alcantarilla de Dolores Delgado con Villarejo por las que sorprendentemente la ministra todavía no ha tenido la decencia de dimitir son mucho más repugnantes por ahora que los audios de Cospedal, además de homófobas y ofensivas, aunque en este 2018 ya vemos que eso a nadie le importa. El Gobierno bonito de Sánchez lleva un tiempo siendo muy feo, pero Cospedal debe situarse a otra altura y entender que tal vez se encuentre ya al final de su carrera política. Su presencia en primera fila supone un enorme marrón para Casado y eso no va a haber más remedio que resolverlo. Se esperaba otro momento para Cospedal y una estación termini más brillante, pero la política se ha puesto en España en este nivel y Casado probablemente se disponga a plegarse. Que la ministra Delgado no se haya marchado ya no hace más que añadir inmoralidad y vergüenza al Consejo de Ministros de Sánchez, pero Cospedal no puede permitirse embarrar en este fango y ahora lo mejor es mantenerse a la altura de una trayectoria que, con claroscuros y digan lo que digan, ha sido seria y honesta. La decisión correcta en estos momentos liberará de lastres a Pablo Casado y podrá situarle al frente de un tiempo nuevo que el PP necesita con urgencia en todas las direcciones: hay que cerrar una época y abrir definitivamente las ventanas a esa era que Casado quiere representar.
Cospedal, en fin, me temo que va a sufrir un lamentable epílogo a su carrera política, pero nadie más que ella tiene la responsabilidad. Se fue por el lado oscuro y eso para la derecha en la España de hoy supone cargar con un duro castigo. Así debe ser, pero no sólo para la derecha, sino para todos, aunque ya vemos que no. Toca de nuevo al PP pagar el precio en solitario e ir cerrando etapas, que muy pronto hay elecciones y el terreno de juego se ha puesto embarrado y feo. Al nuevo Partido Popular le va a tocar, aparte de todo, recuperarse de tantos complejos y tener principios muy sólidos para aferrarse a ellos y darle sensatez y equilibrio a esta situación, pero tiene que aprender antes de nada a defender con potencia y eficacia un discurso que hoy le niegan la política, la sociedad y los grandes medios de comunicación. Que eso sea una gigantesca injusticia no pone ni quita nada. Es lo que es, al menos hasta que llegue otra cosa. Si llega.