Tal vez lo más insoportable de la política española hoy sea su monumental incapacidad sobrevenida para afrontar con seriedad cualquier debate de fondo, por importante o necesario que sea. No hay manera. La demagogia lo ensucia todo y cierra la puerta a la más mínima posibilidad de tomarse en serio ningún asunto de la vida nacional. Los políticos en general se comportan como unos mediocres figurantes en busca de su cuota de pantalla. Es una amarga pena que los españoles nos estamos tragando, tal vez merecidamente por no saber poner las cosas en su sitio. Las posturitas se han instalado en el patio público con tal indecente intensidad que ya no hay vida útil fuera de la impostación y el puro artificio, de manera que el teatro, el humo y el rasgado de vestiduras en falsete forman parte del ruedo cotidiano, la tragicomedia nuestra de cada día. Todo empieza a parecer una gran mentira.
Soy incapaz de interpretar cómo hemos alcanzado esta cumbre nacional y por qué nos hemos enredado tanto en ella que no sabemos salir del laberinto, pero es evidente que un doloroso y chirriante griterío, inédito en mi torpe percepción de la realidad, ha convertido la política de España en una gigantesca farsa manchada por su falta de honestidad y una notabilísima carencia de dirigentes íntegros que actúen con valores y principios claros. Todos tienen mucho miedo y van con pies de plomo, y nadie actúa como piensa y siente, ni dice lo que piensa y siente y mucho menos está dispuesto a reconocerlo, ni en público ni en privado. La pirotecnia es la forma política por excelencia y de ella resulta una bonita explosión de colorines que se sirve cada día a la gente a través de las televisiones, los periódicos, las redes sociales y esas llamativas operaciones de propaganda que nos vienen embutiendo. No importa la verdad sino el impacto general de la fantasía global por la que la verdad ha sido sustituida.
Tal vez me equivoco pero me gusta pensar que tendrá que llegar una generación de políticos-verdad que pueda y quiera reconducir este camino de imbéciles por el que andamos y que recupere los valores y la honestidad como instrumentos fundamentales de regeneración de la vida pública. Es un sueño. Luchemos por ello. No podemos hacer nada peor que resignarnos ante esta acumulación de mediocridades que ha ocupado todos los espacios públicos y los destroza arrasándolos de prepotencia, pildorazos diarios de estupidez y todo tipo de materias gaseosas. Esta orfandad de la inteligencia y el sentido común no podemos permitir que nos rompa el corazón y nos meta en el túnel de la desesperanza y la melancolía. Encendamos otra vez la luz.