La fea costumbre de podemizarse que ha cogido este PSOE de Pedro Sánchez unida a la inquebrantable vocación del presidente del Gobierno por seguir siéndolo caiga quien caiga está llevando lamentablemente a este partido, tan imprescindible en la historia de España, a perder el sentido del Estado y provocar un cisma interno de difícil recomposición si algún día pasan las turbulencias. El PSOE anda dividido al menos en dos almas trágicamente incapaces de encontrarse y esa no es buena señal para ningún partido, mucho menos si está tan precariamente como Sánchez en el poder y el país anda abierto en canal con el independentismo zascandil y todas las elecciones posibles a la vista. La prueba más reciente y palpable de la demolición ideológica que tiene encima este socialismo español, a la deriva de la sensatez y el sentido común, es el inexplicable comportamiento de algarada de Susana Díaz ante el Parlamento andaluz y fletando autobuses para la ocasión en los amargos días de su desalojo del poder: aparte del mal perder de la ya expresidenta autonómica, su mal estilo y poca elegancia al marcharse, este gesto escolar y callejero del fin del susanato descubre su verdadera cara y la sitúa al nivel del sanchismo que tanto denostaba. Quién lo iba a pensar.
Parece mentira esta urgente decadencia que Sánchez probablemente va a agradecer a Susana Díaz con una cacería desatada en el coto socialista andaluz a la vuelta de dos o tres telediarios, los suficientes para reorganizar el partido a su imagen y semejanza y poner punto final a la era de su enemiga íntima. Susana con este eclipse inesperado se ha situado en la cara podemita de la luna del PSOE y ha dejado un poco más huérfanos a los tres o cuatro barones que se mantienen en pie y se niegan a meterse en las arenas movedizas del sanchismo ideológico y la pérdida del horizonte y el sentido común: Emiliano García-Page, Guillermo Fernández Vara, Javier Lambán y por ahí. Es evidente que Page representa una de las caras socialistas que más luchan por mantener con vida el otro alma del PSOE, el de la moderación, la sensatez y el sentido de la democracia sin cordones sanitarios, ni revoluciones de instituto y mochililla, con respeto a las urnas y a la gente. Aunque sólo sea por supervivencia, este es el perfil de Page en Castilla-La Mancha y su pacto con Podemos sólo ha sido la merienda necesaria, abducida ya y amortizada, para no perderle la cara al poder.
Doy por hecho que el presidente castellano-manchego intentará sacar adelante por esta vía razonable su campaña electoral y hará todo lo posible por alejarse de lo que Sánchez y ahora también Susana representan dentro de este PSOE del siglo XXI. Una izquierda tentada de echarse al monte. Page es un socialdemócrata y, aunque me puedo equivocar, no creo que nunca cometiera el grave error de salir a la calle ni organizar movidas pancarteras contra el veredicto de las urnas, que es el de los ciudadanos, la gente, la democracia, mucho menos a la vista, uno por uno, de los elementos que sostienen a Sánchez en la Moncloa. Lo de Susana en Sevilla es uno de los cuatro o cinco peores momentos que se han visto en el PSOE desde marzo de 2014 y democráticamente no hay por donde cogerlo. Imagino que a Page esa imagen infumable en los informativos le habrá amargado estas primeras semanas de año nuevo. Año electoral y, por tanto, peligroso.