A David Llorente los jefazos de Podemos en Castilla-La Mancha le están aplicando la vieja receta política que se administra al disidente en los entornos acotados y con ese habitual aroma a rancio: "Compañero, te vamos a hacer la autocrítica". La disidencia es muy incómoda para la jerarquía podemita y mi admirado David Llorente se ha convertido a bote pronto en un molestísimo compañero de viaje al que hay que echar de la excursión. Los coleguitas José García Molina y María Díaz, delegados de Pablo Iglesias en Castilla-La Mancha y tan plácidamente acomodados en los salones del poder en la región, llevan una larga temporada lanzándole fuera del ring una y otra vez a su compañero diputado, que palo a palo se ha ido encabronando hasta convertirse en una mosca cojonera para los viejunos y rígidos resortes de los que mandan en Podemos. Por molestar a los de arriba que no quede.
Uno mira sin melancolía cinco años atrás, cuando Podemos nacía como un movimiento rebelde y batallador que ilusionó a millones de incautos, y no encuentra comparación posible con la aburguesada y conservadora estructura de poder en la que hoy se ha convertido este partido por obra y gracias del gran mesías y su cúpula, más preocupados ya de sus juegos de tronos y castas que de asaltar los cielos. En lugar de limpiarlo todo y llenarnos la vida de aire fresco, que fue aquello en lo que ingenua y buenamente tantos creyeron, ahora Podemos es un partido clasicorro y como mínimo tan defectuoso como los demás, a ratos incluso superando con solvencia los niveles de alta toxicidad de nuestra infumable vida política nacional. En este escenario de decepciones y añoranzas hay que situar la ilustrativa purga que García Molina, ese hombre, ha emprendido contra Llorente así como la contraparte ofensiva que éste ha puesto en marcha frente a las finas embestidas de su perseguidor y sus mandados. Todo esto ya lleva escrito mucho tiempo, igual, por cierto, que la humillación final con la que el presidente Emiliano García-Page distinguió ayer a García Molina en su condición de vicepresidente de la Junta, desautorizado y vilipendiado a mano abierta tan evidente y maquiavélicamente.
Así que yo supongo que esta divina y tan literaria autocrítica a Llorente de parte de sus amigos de Podemos va a terminar con un David y un Goliat batallando fraternal pero encarnizadamente y, como siempre, ganará la guerra el fortachón. O sea, el martillo, la estructura. La muerte del romanticismo en la pelea de los apocalípticos frente a los integrados. David Llorente nunca terminó de acomodarse en los calentitos beneficios oficiales tan previsiblemente del gusto de sus jefes y esa falta de querencia por el sistema va a dar con sus huesitos fuera del partido y tal vez de la política, supongo que no del activismo: David, no te vayas. Page en el fondo ayer le hizo un bonito guiño a Llorente pegando tal batacazo a García Molina, aunque, en fin, la izquierda rota nunca defrauda las expectativas. Nos preguntamos, sin embargo, cómo es posible que quieran gobernarnos a nosotros si no son capaces de gobernarse primero entre ellos. Tal vez por eso la Historia.