Yo soy un tío con muchas dudas. Las tengo de todos los colores. Creo que nací de condición poco dogmática y, a pesar de que a veces ese natural me lleva por terrenos melancólicos y pantanosos, alimento como puedo mi corazón inestable y dubitativo con la razón de mantenerme vivo y alerta, necesitado siempre de aprendizajes y contrastes. Mi suelo es un poco de cristal, quebradizo y sutil, y no tengo clara mi predilección por el esplendor del alba rompiendo de luz el día o la intensidad de los atardeceres estallantes de colores. No significa esto que no posea valores firmes, que los tengo o eso creo, sino que no siempre veo claros los caminos para realizarlos y entender dónde están mejor las cosas, qué ruta es la adecuada en la inagotable busca de la felicidad. La mía y la de todos.
Impresiona, sin embargo, esta España política que hoy intenta partirnos el alma, que lo ve todo tan claro y que profesa su ideología como una religión y sus ideas como dogmas inamovibles frente al otro. Una España política rabiosa, a machamartillo y a empujones. Esta España política tan contundente, tan polarizada, tan sectaria, que se escucha tan poco a sí misma y nunca parece dudar de nada porque confunde la duda con la debilidad y el diálogo con la confrontación. Esta lamentable España política de cordones sanitarios que nunca cambia de opinión porque lo encuentra propio de caracteres erráticos e inestables, precisamente cuando la fusión y el mestizaje son la base del enriquecimiento, la profundidad y la cultura. A veces pienso si esta España de hoy tan dividida es la misma España de siempre que helaba el corazón de los españolitos de Machado, si es que tan poco hemos ido aprendiendo de nuestra forma de estar en el mundo y de los trágicos dolores que frecuentemente nos han partido en dos. Duele y provoca desazón este tiempo turbulento de campaña electoral que abre los telediarios disparando.
Me ronda siempre la idea, en fin, de que esta España política no se parece en nada a la España real. La tercera España que tal vez sea la verdadera y la más poblada y a la que yo quiero pertenecer. Abierta, limpia, alegre. La España que duda y que trabaja. La España sin contaminar de odios fraternales, la España de la gente que no se levanta cada día en confrontación y que vive y ama y escucha el ruido de fondo de los extraterrestres como algo inevitable pero ajeno y tan lejos, tan lejos, de sus corazones. Esta España política, esta agitación, no somos nosotros. Y no queremos serlo. No deberíamos serlo.