Pablo Casado es el líder del principal partido de la oposición y algún paso adelante tendrá que dar. No entiendo mucho su estrategia de aparente inmovilismo o lo que sea. Su quietud otoñal de este noviembre español tan importante. Casado lidera un partido de Estado y de gobierno que ha sido decisivo en la estabilidad de España y tiene una responsabilidad histórica en esta hora decisiva. No toda la responsabilidad, evidentemente, pero sí la que le corresponde por el lugar de privilegio que le han venido otorgando la democracia y, ahora mismo, las generales del 10 de noviembre. La circunstancia y los actores protagonistas, fundamentalmente un Pedro Sánchez en extrema debilidad y enloquecido de poder al precio que sea, exigen de Casado una decisión que al menos suponga un intento de salvar a Sánchez de sí mismo y conducir a España por el brillante e imprescindible camino del 78 que parece a punto de terminar en un abismo de consecuencias imprevisibles. Agotar al menos todos los esfuerzos.
El presidente del PP está llamado a evitar el disparate que este líder socialista delirante y obnubilado está dispuesto a perpetrar contra España, contra el PSOE y contra sí mismo. No creo que nadie vaya a culpar a Pablo Casado de lo que está sucediendo en la política española y mucho menos de lo que pueda ocurrir a partir de ahí si fragua el pacto-monstruito deSánchez con el populismo de extrema izquierda y los separatistas, pero yo no hablo de culpabilidad sino de responsabilidad. De sentido histórico y patriótico. Del deber que tiene aquí y ahora el líder del Partido Popular de intentar sacar a Pedro Sánchez de su agujero negro y evitar que el Gobierno español se ponga bajo el control por un lado de los que están firmemente dispuestos a finiquitar esta Constitución y por otro de los quieren romper España y tienen a sus líderes en la cárcel o a la fuga. Si Sánchez no es capaz de abrir los ojos y verlo ya será por completo dueño de su culpa y su destino, y tendrá que asumir las consecuencias que lleguen, pero Casado puede, debe y tiene la obligación de intentarlo. Mi punto de vista es humilde y corto, pero claro.
Bien es verdad que el PSOE también está obligado a sacar a Sánchez de su locura y poner punto final a la aventura en la que anda embarcado. Hablo del PSOE de la transición, el que gobernó España con sentido de Estado, con patriotismo y estabilidad. El partido que desde la izquierda moderada tenía tan claras las líneas rojas y que hoy, agazapado en las trincheras del pasado y reducido a minorías insignificantes y tres o cuatro baronías territoriales, Page entre ellas, anda escandalizado con este Sánchez pero se calla o está afónico o su voz es un grito en el desierto, un grito que la militancia socialista dejó de escuchar desde los tiempos de Zapatero. Un aldabonazo que, como ocurre ahora con estos rebeldes incomprendidos que son Nicolás RedondoyJoaquín Leguina, no se oye ya casi en ninguna parte de puertas adentro.
En fin, ese PSOE que todavía existe también puede remar en la dirección correcta: vivir es fácil con los ojos cerrados, pero los socialistas deben abrirlos y gritar y hacer que Sánchez los abra y tome conciencia. Y despierte a explorar vías mejores. No lo sé, pero supongo que si el PSOE no reacciona, y sucumbe a entregar a España, el futuro tal vez pueda pintarlo en negro.