La política española está naufragando peligrosamente en el drama y la tensión. La deriva hacia la confrontación es malvada y lleva las peores intenciones. No sé dónde nos conduce esta gente. Es vergonzoso, delirante. De pronto nos hemos encontrado con una crisis trágica y salvaje y la peor clase política de la democracia para hacerla frente. También el peor gobierno, además sordo, egocéntrico y engreído. Populismo, demagogia, postureo y artificiosidad. Y mucha mentira: ninguna grandeza en una clase política que debería estar resolviendo unida esta difícil hora de España y que perversa e irresponsablemente sólo trae aromas de incompetencia y guerracivilismo, ecos del treinta y uno, frentes, bandos, sectas. Parte del periodismo también anda metido en estas trincheras y agita las banderas que nos enfrentan, nunca la única que nos une, sirviendo a los peores particularismos en lugar de a la verdad. La decepción es abrumadora y no encuentra vías de escape: cada día es un engaño, una pelea de gallitos, una tonelada de pasto político de baja calidad mientras el monstruo de la crisis avanza y vamos cayendo en sus garras. España atribulada y este gobierno lamentable y tacticista alentando la división y el menoscabo de las instituciones. Sonrojan los telediarios.
Así que el deterioro moral es evidente e incontestable en la política española. Ya no hay líneas rojas, se han traspasado todas o están a punto. La izquierda se ha perturbado de poder y se confunde a sí misma con la democracia y el Estado, intentando engullirlo todo y anulando a la oposición. La derecha, acomplejada, dividida y sin discurso alternativo, no tiene nada que oponer. Vuelven las dos Españas. Y entre ambos mundos paralelos, incapaces de entenderse y dialogar, no hay sitio para la España limpia que trabaja y no quiere enredarse en frentismos ni trifulcas. La España que quiere vivir en paz. Hoy en día el ruedo nacional es radical, extremista, grotesco, recrecido hasta estas latitudes por un gobierno inoperante y polarizado que enmascara su falta de rumbo nacional con el choque y la palabrería. Mejor que nadie representa el vicepresidente Pablo Iglesias lo peorcito de la irresponsable política española del momento, tan lejos de la democracia imperfecta, siempre mejorable pero limpia, en la que habíamos creído. Deleznable.
Y en medio de todo el barrizal, la tercera España. Esa España que es la inmensa mayoría y que ahora, entrando en el agujero negro, mira el espectáculo y anda triste, inquieta y angustiada en mitad de la incertidumbre. La España perpleja a la vista del ruedo nacional, este trágico y penoso día a día del Congreso. La España que se siente avergonzada y dolida ante una clase política torpe, irresponsable, que no tiene en su horizonte más que su propia barriga gigantesca, harta y borracha de sí misma, con la única ambición de atiborrarse de sus mezquindades y seguir en el poder y en la moqueta el mayor tiempo posible. Cuanto más grandes los necesitamos, más menguantes nos parecen, más cortoplacistas, más mezquinos, y en su bucle andan enredados llenándonos a todos de melancolía y temblor ante la que nos espera. Ojalá una luz llegue de pronto a la vida pública nacional y alguien vea la estricta necesidad de cambiar de rumbo o de cambiar de líderes, o las dos cosas a la vez. Y toda la maquinaria se ponga en marcha en ese nuevo camino que pueda salvar al menos una parte del destrozo, amén.