Algunas veces la vida le quema a uno por dentro y el trasiego cotidiano se convierte en una cima inalcanzable. El mundo, las cosas, cada paso que das. Es como un sobresalto alrededor, un ruido que es un rayo que no cesa y que sólo trae desasosiego al día y darle vueltas al corazón de la noche, confundida en pánico y oscuridad. Algunas veces todo resulta estruendoso, chirriante, feo, un camino en escalada sin horizonte que gira en un bucle infinito y nos trae confusión a las ideas, los valores, los sentimientos. Es como no saber quién eres y sentirte microscópico en medio de una lucha de gigantes, y ves esa batalla tan ajena, tan vulgar y descontrolada que deseas que todo se pare un momento, que acaben el griterío y la tormenta y sólo estallen los azules del cielo. Sólo quieres azul y paz, mirar un rato el mar, volver a sentir quién eres de verdad. Estos días azules y este sol de la infancia.
Algunas veces sólo pides silencio. No quieres más que cerrar los ojos en un segundo infinito y escuchar tu verdadera voz. Oírte, sentirte despacio, estremecerte sólo con tu brisa. Tu forma de amar la vida te pide una pausa en la algarabía, las calles, los cafés, en el vértigo de la cotidianidad, y te dice que no puedes olvidarte de tu nombre, tus pasiones, tus principios. Tus verdaderos amores. El mundo, de pronto, algunas veces se vuelve hostil y es capaz de confundirte y en esa adormecedora sensación es donde no puedes sucumbir y has de pedirle tiempo al tiempo. Esta endiablada velocidad de los días, este mundo que estás destinado a echar tanto de menos, se te viene encima de manera arrolladora y te pide un momento de luz. Sol de membrillo, clara sonrisa de paz, pisar de nuevo el paraíso perdido, recordar cuánta es la belleza y lo que vale la libertad. Volver al día, vivir el momento. Recordar lo que hay dentro de ti, cuánto quieres la vida, la gente, las cosas a las que nunca dejarás de amar por más que azote el relámpago. Necesitas tú trineo, tu Rosebud. Todo lo grande que hay en tu vida, a tu alrededor, en torno a esa minúscula partícula universal que eres tú. La felicidad y todos sus satélites, que son los que te mantienen en pie.
Así estamos algunas veces. Ratos que llegan. No sabes muy bien qué pensar y se enreda la confusión dentro de ti. Una extraña melancolía. También una inexplicable añoranza del pasado futuro, sensación compleja del alma que últimamente vive dentro de mí. Y por momentos me inquieta. El tiempo se escapa entre los dedos, escurridizo como un torrente de agua, y yo sólo quiero centrarme en aquello que amo. Porque lo es todo. Porque es suficiente. Porque la vida es sólo eso que de verdad llevas en tu corazón. Todo lo demás es un baile de máscaras, ruido de fondo, material volandero y fugaz, colorines de humo, que vienen y van, estatuas gigantes de coleccionista que jamás serán capaces de llenarte la vida más que de este vacío y esta luz tenue y dudosa tan solitaria, tan agotadora y tan fría. Tan gigantesca. Lo que de verdad importa: este es el único horizonte.