La cerámica no sólo es una gran joya de la historia y el presente de Talavera. Ni sólo un admirable oficio del que soy devoto profundo, ahora Patrimonio de la Humanidad. La cerámica de Talavera también es una pasión, un estilo de vida y una forma de entendernos a nosotros mismos. Siempre ha sido una preciosa tarea escudriñar azulejos y cacharrerías y leer allí las historias y vidas que nos están contando. Y detenernos en sus pinceles y colores y ver la vida pasar de tantos siglos en obras únicas cuyo origen y cuyas manos te asaltan la vista y te dicen de qué tierra salieron sólo con una impresión y un impacto. Amar Talavera es amar su artesanía mayor y el sutil encanto que vive en esos azules. El cielo.
Uno se muere de orgullo, tontorrón pero vivísimo, cuando va dando vueltas por ahí y se encuentra a Talavera pintada en cualquier calle de una ciudad o en una iglesia a trasmano aparece una pared de azulejos o una simple farmacia inesperada a mil kilómetros respira en sus estantes el barro talaverano. Palacios, casas, paradores, claustros y fuentes cuentan a veces la historia de una ciudad que llevó esa humilde belleza en su sangre y la repartió buenamente por algunas partes del mundo con sencillez pero con la alegría y el honor del trabajo bien hecho y bonito y humano. Talavera es hoy una ciudad con su punto de postración y decadencia, que algún día desearemos vencer para siempre, pero la cerámica es el hilo de conexión con la historia que nos reconcilia con nosotros mismos porque nos hace sentir con orgullo que esa grandeza está en nuestro gen y puede regresar algún día con fuerza. Nos sirve también, por tanto, como lección.
Desconozco el futuro que tengan por delante nuestros artesanos y nuestra cerámica, aunque quisiera ver con optimismo esa raíz que todavía existe y que nunca murió, perdurando en los siglos. La declaración de Patrimonio de la Humanidad llegó por algo. Un trabajo de héroes o de locos. O de héroes y locos. Hay un camino andado que nunca ha dejado de andarse y esa ruta de profundidad tiene pasado y futuro pero sobre todo tiene presente, el que nosotros también seamos capaces de darle en este momento en el que nos toca sumar. Esa ebullición de la cerámica talaverana que vemos en los últimos años, o que a mí me lo parece, no puede ser más que un signo de esperanza y de que las cosas pueden volver a ir bien, así que bienvenidas sean todas las iniciativas que, como las de ayer o anteayer, se han venido sembrando. Hay vida.
(Me ha parecido oportuno recuperar ahora, con actualizaciones, este artículo que publiqué en EL DIGITAL CLM en febrero de 2017)