Ya sabemos que la vida es peligro. Riesgo, duda, camino incierto. Dar pasos, tomar decisiones y asumir las consecuencias. No hay nada seguro en la vida y cada mañana se abre el mundo ante nosotros con la imperiosa novedad de no saber cómo llegarán los acontecimientos, ni cuáles serán, y la inevitable necesidad de esforzarnos por cuidar lo que tenemos, y mantenerlo, e intentar que no se eche a perder. Y aún así siempre está el azar y el devenir incontrolado. Una labor que nos ennoblece. Es la grandeza de nuestra vida y a la vez su tragedia, lo que nos ilusiona y nos inquieta al mismo tiempo en esa pura emoción que es vivir, a veces tan difícil de sobrellevar con buen ánimo. Todo lo que está en nuestra vida hay que ganarlo todos los días: porque lo amamos y puede volar, porque no deberíamos olvidar nunca que esta es la vida que nos toca vivir, y es así de inquietante y nos produce miedo y alegría a la vez, una noria de sentimientos y estados del alma que es nuestro continuum vital. Ganarlo cada día: es fundamental.
En tiempos de crisis como los actuales, con el mundo alrededor exaltado y temeroso, estas sensaciones se extreman en nuestro corazón. Debemos saber que, como nos recuerda Ortega, no hay tiempos definitivos y para siempre cristalizados, y esta es una maravillosa idea cargada de belleza y de futuro, pero también de temor, que nunca podemos perder de vista: nos mantiene alerta y tal vez nos hace más fuertes. El mundo real es imprevisible y forzoso, y en él todo puede ocurrir, un horizonte siempre abierto “a la verdadera plenitud de la vida”, a lo mejor y lo peor, con toda su felicidad y todo su pánico. Hay que vivir con la alegría y el alboroto de los “chicos que se han escapado de la escuela”, como hermosamente escribeOrtega, a la vez que nos propone alejarnos de la “melancolía de los edificios eternos”. Alegría y alboroto, es verdad, pero también dolor e incertidumbre: vivir tal como es en toda su intensidad. O sea, en toda su maravillosa expectativa pero también en su oscuro e inevitable riesgo. El mundo es ineludible.
Estas ideas a vuelapluma, al correr de la tinta, me van rondando últimamente por dentro. No sé por qué, sencillamente es así. Tal vez los tiempos turbulentos que vivimos. Y ello me hace pensar que hay que atrapar el día en toda su luz y apurar siempre el último beso. Cada caricia, cada mirada. Por lo que pueda pasar en los mares que vamos surcando y la combinación de tormentas y calmas con las que de manera irremediable nos tenemos que encontrar a lo largo de nuestra aventura. La existencia es peligrosa y lo más bello del mundo. No hay otra cosa, siempre en marcha. O sea, el camino que, según nos enseñó Antonio Machado,se hace al andar y que, por tanto, nunca es definitivo, ni concluso, ni hermético, sino eternamente haciéndose y abierto a toda la inmensidad bajo las estrellas. No decaigamos: libertad, lucha, futuro. Dicho por Cervantes con mano maestra: “El camino es siempre mejor que la posada”. Amén.