España vive la pandemia en medio del asombro total. La perplejidad vuelve a ser inabarcable y general entre los españoles. Meses y meses de oscuridad y vidas robadas. El ambiente es de congoja e incertidumbre y el miedo nos tiene apretado y roto el corazón, sin saber hacia dónde caminar, a quién mirar en busca de respuestas, en qué camino están las soluciones. La sensación de que no hay nadie al frente de la nave y de que estamos solos en esta cadena de naufragios nos empuja cotidianamente a la desesperanza. Parece que nadie dice la verdad. Que nadie tiene la verdad o no quieren que la sepamos. Confusión, ocultaciones, manejos, propaganda, buenismos institucionales de salón para poner mermelada y sordina a la tragedia. Caritas políticas y poses televisadas, artimañas de desinformación. Una gran vergüenza nacional. Casi un año de anegaciones que nos han extenuado: desbordamientos sanitarios, económicos, sociales, personales, emocionales y políticos. Y ausencias inverosímiles y disparatadas. El escándalo ya es tan monumental y reiterativo, un campanazo esconde al anterior y así sucesivamente, que ya no somos capaces más que de quedarnos helados y quietos y mirar absurdamente los telediarios en busca de palabras, respuestas y liderazgos que nunca llegan. Que no están porque sencillamente no existen. Dirigentes, expertos y doctores de la nada.
Y así vemos las noticias con espanto e incredulidad y luchamos una y otra vez por no caer en el agujero de pensar que no queda nada más allá de la responsabilidad individual. Que esto es un sálvese quien pueda. Lo parece con frecuencia, pero nos esforzamos por no sucumbir en esa gran nostalgia, la fría sensación de soledad. Queremos ser positivos y creer. Buscamos la fe, el optimismo, la primavera que queda por venir, el regreso de la vida. Creemos, confiamos, pero hay que entrenarse mucho, y a diario, en ese horizonte que nos devuelva la luz robada algún día. El aliento de lo cotidiano nos dice lo contrario: muertes descontroladas y contagios, desbarajustes territoriales, ocultaciones y mentiras del poder, irresponsabilidad de tanta gente, increíbles picarescas para colarse en las vacunas, además de una pasmosa lentitud, y la terrible sensación de que el poder político, con nombres y apellidos, anda en exclusiva pendiente de lo suyo, de sus postureos y simulaciones, de sus intereses y parcelas, y de que siempre sea el de enfrente el que cargue con la culpa de cualquier cosa, sin menoscabo de lo propio. Politiqueando de tercera en medio del volcán. Tremendo, increíble, ya les vale. La soledad en un mar de fondo tormentoso y amenazante, y todo este ruido y esta furia divididos eternamente por diecisiete en medio de una sensación de desorden general y ausencia de mando, liderazgo e inteligencia. Ausencias injustificables, presencias inverosímiles. Mentiras sin consecuencias.
España está perpleja y doliente. Ya veremos cómo y hasta cuándo. Nos queda la esperanza de pensar que, llegado el momento, la memoria brille en todo su esplendor y la reacción, democrática, libre y constitucional, tenga toda la contundencia que exige el tamaño de la infamia. Así sea.