Corren tiempos turbulentos y mi habitual tendencia al pesimismo político se agiganta por momentos: Pedro Sánchez ha venido para quedarse. Ocupará el poder con toda probabilidad por muchos años y difícilmente encontrará enfrente una alternativa de verdad. Otra cosa será el destrozo que eso pueda provocar y las consecuencias que tengan que derivarse para la vida de la gente, de todos y cada uno de nosotros, pero mi convencimiento de un largo mandato sanchista vive días de pleno apogeo y los hechos no hacen más que darme la razón. Sánchez está solo en el lado de la inteligencia política y la estrategia, y sus rivales, seres torpes y pertinaces liliputienses, no podrán hacer otra cosa, salvo milagro, que sentarse a mirar cómo se lo monta el jefe de la tribu y con qué talento va dando cuenta de la merienda. Imperator máquina. La siesta general pondrá el resto para engrandecer la causa, tocada, si acaso, de sus chorreras de anestesia y buenismo y corrección política que tanto venden en el ruedo ibérico de hoy.
Digo Sánchez y no hablo de gobierno, de liderazgo, de gestión o de coherencia, sino de un político lúcidamente taimado y picarón, el mayor de todos, brillante calculador sobrepasado de ambiciones cuyo único horizonte de verdad es su permanencia en el poder, la titularidad y la presencia, con todo el boato y el privilegio que eso conlleva, pero ahorrándose la responsabilidad en la medida de la posible y aplicando el “como sea” como gran valor político. Tal vez el único de verdad. Sánchez es capaz de decir una cosa y la contraria en la misma frase, llevar la mentira en la frente como gran principio político de actuación y romper la palabra dada y todos los compromisos que sean necesarios, por muy evidente que sea y diga lo que diga quien lo diga. Su consideración es cero: ¿qué más da? Este presidente del Gobierno no aguanta el más mínimo repaso de la hemeroteca, ni en lo esencial ni en lo superficial ni en nada, pero eso ¿a quién le importa de verdad en esta España de hoy en día? La izquierda, por el hecho de serlo, va siempre con un mundo regalado por delante de la derecha, y esta es una de las grandes claves políticas y sociales de nuestro tiempo.
Lo esencial de Pedro Sánchez no se encuentra en el ser, sino en el estar, y a eso aspira el mayor tiempo posible: no es un líder pero está al frente, no es un gobernante pero como tal está en palacio, no es un gestor ni un presidente carismático pero como si lo fuera está en el falcon y en los telediarios. Ni siquiera es un socialista, pero así está y figura en todas partes. Sánchez, en política, sólo es una cosa verdadera: sanchista. Y delresto ya se encarga el gigantesco aparato de propaganda que, como primera y más importante misión, ha montado a su alrededor a mayor gloria. El yo como principio y final de todo. Creo que este es el presidente del Gobierno que tenemos y el que vamos a tener a lo largo de muchos años, lo que no impedirá que, llegado el caso y soltando lastres e Iglesias en el tiempo, pueda incluso llegar a gobernar con algún tino y manejo del rigor. Pero eso, si acaso, habrá que verlo.