Es una triste pena que el PSOE de la Transición haya devenido en Sánchez. Degenerando, maestro. Y que se haya rendido tanto: al sanchismo, a los independentistas, al como sea. A la mentira como conducta cotidiana, a la propaganda como sistema, a la voluntad de poder como proyecto personal. Una noche oscura de España. El sectarismo como ideología política. El partido sanchista de 2021 es una caricatura adanista del PSOE que quiere sustituirle y acabar con todo rastro de lo que fue lo mejor de la historia en los años ochenta y noventa, el proyecto común de unir a la España dividida y dura que salía del franquismo: acabar con aquel tiempo nuestro que está entre lo mejor de los últimos cuarenta años y crear una máquina de construir muros y división entre los españoles. Rupturas en lugar de consensos.
Y no sólo eso. También un sistema de somnolencia general, adormecimiento colectivo, para formar españoles anestesiados y condescendientes con el poder que se vean incapaces de dar respuesta crítica a las gigantescas maquinarias de las cúpulas políticas y sus jerarquías satélites, un cuerpo social ajeno a la realidad y habitante de un mundo feliz. Camino de 1984. El proyecto antidemocrático de devorar la pluralidad y convertir todos los poderes e instituciones en monigotes de la Moncloa, del CIS a la Fiscalía, de los sindicatos al sistema educativo y los medios de comunicación, es uno de los grandes ejes sobre los que planea el nuevo horizonte. Es una triste pena tener que llegar a la conclusión, con los ojos abiertos, de que la izquierda era esto. Y hacerlo, además, sin encontrarse enfrente a nadie que escuche con claridad y quiera gritarlo allí donde corresponda.
Sánchez ha llevado, en fin, a los socialistas a esta posición radical no sólo empujado a la necesidad por sus socios populistas de extrema izquierda, y los diversos fantasmas del nacionalismo separatista que recorren España, sino también impulsado por su propia naturaleza política y la indigencia moral de todas sus ambiciones. Al menos media España lo ve: el sanchismo es un aventurero sin escrúpulos que, además, ha dejado sin armas ni resistencia al PSOE, más allá de los detalles de entereza que exhiben barones como Emiliano García-Page, Javier Lambán o a duras penas Guillermo Fernández Vara, no sé si algún otro más. Un vacío de vértigo camino del acantilado.
Y en medio del barrizal está España, ni la una ni la otra, la tercera España, que es la de verdad, que es casi toda. La de todos. La España que calla y trabaja, la que se despereza cada mañana con la ilusión de la vida y a trabajar por los suyos. La que sueña y se quiere a sí misma y no desea confrontaciones, ni frentismos, ni recurrentes regresos al pasado de los sesgos, a la memoria con apellidos, a las sectas y guerracivilismos. La España que no quiere verse a garrotazos, que no entiende del ruido y la furia. La España alegre y saludable que no piensa asistir a esta cena de los idiotas.