Qué cosas. El nombre de Javier Ortega Smith, madrileño y uno de los jefazos de Vox, suena como candidato a la Presidencia de Castilla-La Mancha en mayo de 2023. La vieja política de siempre en la región: otro cunero en las quinielas. La hipótesis, si termina por confirmarse, no sería más que pura estrategia y cálculo electoral, sin respeto por la tierra. La operación andaluza de Macarena Olona trasplantada al viento solano de los molinos, o tal vez una simple jugada de despiste, a ver qué va pasando con las encuestas. Aparte del cigarral toledano, o lo que sea, la relación de Ortega Smith con Castilla-La Mancha intuyo que viene siendo como la mía con Madrid: de viaje, a ratitos y vuelta a casa a dormir, salvo ocasiones. Un turista con aspiraciones en Fuensalida. Como si no hubiera gente en Vox con un buen cartel, por ejemplo Inés Cañizares, un suponer.
Lanzarse en paracaídas debe ser una experiencia muy chula, al estilo chupiguay de la impagable Yolanda Díaz, pero si estamos en romper los esquemas y cambiar de verdad la política española, que es de lo que presume Santiago Abascal, no parece muy serio montar una operación relámpago sobre Zocodover y luego, si acaso, ya se verá. Helicópteros rondando las cabezas en un "sí es no es". Humildemente, no veo a Ortega Smith en las Cortes de Castilla-La Mancha, ni gobernando siquiera, más allá de una visita de rutina institucional y unas cañitas en el bar de abajo con los colegas del grupo, que se acercan a mayo del 23 con la esperanza tal vez fundada de montarse en el tándem con Paco Núñez e iniciar el desalojo del socialismo histórico de la región. El presidente, Emiliano García-Page, mira todo con la desconfianza propia de los tiempos electorales y el miedo incontrolable de que Pedro Sánchez I termine hundiendo la nave del PSOE por todos los rincones de España. Camino lleva.
Castilla-La Mancha, explorada tierra de paracaidistas en las últimas décadas, no tiene recuerdos especialmente agradables de sus cuneros. Llego, saco el escaño y me voy. La lista es de traca, pero recordemos sólo al bueno de Adolfo Suárez Illana: una mala costumbre. A las elecciones, del signo que sean, no se llega ni a pillar bancada, ni a aprenderse el territorio en la campaña, ni a mejorar expectativas políticas de partido. Ya se viene llorado y a luchar por la tierra. Tengo la intuición de que el caso Ortega Smith es una broma que alguien está moviendo en algún rinconcito de Vox y que al propio número dos de Abascal le está haciendo gracia y se deja ronronear. Luego saltará el candidato que sea y toda esta movida será papel mojado con su punto de promoción y demoscopia acelerada. Lo contrario tal vez sea un espanto: el maravilloso trampolín de Sánchez a Olona con la campañita salobreña tiene pinta de que puede salir bien para Vox, pero repetir la jugada en el cigarral toledano es un churro que no viene al caso en la merienda electoral de la próxima primavera.