Gregorio y yo. La “negra” de Martínez Sierra se confiesa
Gregorio y yo. Medio siglo de colaboración (1953) es uno de los dos libros de memorias que escribió María de la O Lejárraga García (San Millán de la Cogolla,1874-Buenos Aires,1974), casada desde el año 1900 con el editor, escritor, dramaturgo, director de escena y empresario teatral Gregorio Martínez Sierra (Madrid, 1881-1947); la “colaboración” a la que se refiere el subtítulo no es otra que la que mantuvo con su marido hasta su muerte y que la llevó a firmar todas las obras escritas hasta entonces, con excepción de dos, con su nombre y apellidos.
Este libro está dedicado a esa especial colaboración que la llevó a diluir el suyo en el nombre de su marido y a contar la relación de la pareja con escritores como Galdós, Juan Ramón, Benavente, Santiago Rusiñol, Ramón Pérez de Ayala, los hermanos Quintero, músicos como Usandizaga, Falla, Turina, Albéniz y un gran número de gente del teatro y el espectáculo de la época. El otro libro de memorias, también escrito desde el exilio en América tras la Guerra Civil lleva por título Una mujer por los caminos de España (1952) y cuenta sus experiencias de militancia política en los años treinta del siglo pasado en el PSOE.
En España en los ambientes literarios y artísticos eran pocos los que ignoraban el que tras la firma de Gregorio Martínez Sierra estaba en realidad el talento y el trabajo de María, con una aportación bastante mayor al cincuenta por ciento que confiesa en este libro. La prueba, antes de que en el año 1987 Patricia W O´Connor lo demostrara con abundante documentación en su libro Gregorio y María Martínez Sierra: Crónica de una colaboración, está en los abundantes testimonios, sobre todo de gentes del teatro que estrenaron sus obras y que sabían quién escribía, mientras el multifacético Gregorio atendía todos los frentes cara al público. Ella siempre lo quiso así y, este libro de memorias fragmentario, pues se centra fundamentalmente en los retratos de los grandes amigos y en la génesis de las obras, es ante todo la reivindicación de su autoría conjunta en plano de igualdad con su compañero. Una actitud, que intuimos muy a su pesar, en los últimos años, se ve como incomprensible y sólo explicable en el contexto de inferioridad de la mujer de la época. Todo es matizable porque como recoge en el prólogo Alda Blanco, ya muerto Gregorio, la propia María Lejárraga hacía su propia reivindicación en una carta a su hermano Alejandro:
“De que soy colaboradora en todas las obras no cabe la menor duda, primero porque es así, y después porque lo acredita el documento voluntariamente redactado y firmado por Gregorio en presencia de testigos que aún viven y que dice expresamente: 'Declaro para todos los efectos legales que todas mis obras están escritas en colaboración con mi mujer, Doña María de la O Lejárraga y García. Y para que conste firmo esta en Madrid a catorce de abril de mil novecientos treinta'. Además, aunque, después de esto, todo es superfluo, tengo numerosas cartas y telegramas que prueban no sólo mi colaboración sino que varias obras están escritas sólo por mí y que mi marido no tuvo otra participación en ellas que el deseo de que se escribiesen y el irme acusando recibo de ella , acto por acto, según se los iba enviando a América o a España cuando yo viajaba por el extranjero. Las obras son de Gregorio y mías, todas, hasta las que he escrito yo sola, porque así es mi voluntad” (Página 20-21).
Su gran éxito teatral fue Canción de cuna (1911), una obra que como un buen número de las salidas de su mano conoció traducciones a diversos idiomas y adaptaciones cinematográficas que llegan incluso hasta nuestro tiempo con la versión de José Luis Garci; pero no faltaron tampoco ensayos de reivindicación feminista y socialista que nos hablan de una mujer y una obra de una gran variedad y riqueza que desde hace un tiempo parece vivir una tímida recuperación editorial como es este caso.