Clara Campoamor (Madrid, 1888- Suiza, 1972) es uno de esos raros casos de liberales que tuvieron la lucidez de ver desde el primer momento en que se desencadenó la Guerra Civil en España, la tragedia de la situación y lo difícil que sería que de aquello saliera, por cualquiera de las dos partes enfrentadas, una solución democrática. Luis Español Bouché, traductor y editor de esta obra, originalmente publicada en francés en 1937, definía políticamente en su introducción a esta feminista pionera a la que hay que considerar la principal impulsora del derecho de voto femenino: “Clara Campoamor se definía como liberal y, a pesar de su modesta extracción, acabó representando los valores positivos del liberalismo burgués: creía en las instituciones democráticas y en la ley; creía en el conocimiento como motor del progreso y de la superación de las injusticias; además era republicana a machamartillo, y nunca traicionó esos valores".
Clara Campoamor fue una mujer hecha a sí misma. Con diez años abandonó los estudios de bachillerato obligada por la situación de su familia. Su padre empleado de un periódico y su madre costurera. Trabajara de modistilla y de dependienta de comercio hasta que gana una plaza en el Cuerpo auxiliar de Telégrafos (no se necesitaba el bachiller para su ingreso). Tenía entonces veintiún años y sale de Madrid destinada a Zaragoza y a San Sebastián. Cuatro años después obtiene por oposición una plaza de profesora de Taquigrafía en la Escuela de Adulltos de Madrid y trabaja como secretaria en el periódico La Tribuna. Ingresa en el Ateneo de Madrid y ya en la treintena retoma el bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros, que culmina en 1923. Mientras tanto ha compaginado los estudios con su trabajo como auxiliar- mecanógrafa en el Servicio de Construcciones Civiles dependiente del Ministerio de Instrucción Pública y participa en la fundación de la Sociedad Española de Abolicionismo (de la prostitución), pronuncia sus primeros discursos públicos y comienza su trabajo como traductora que luego mantendrá como principal actividad en sus años de exilio.
En dos años obtiene la licenciatura en Derecho y es admitida en el colegio de Abogados de Madrid. Como señala Luis Español, “en menos de tres años una secretaria sin bachillerato se ha convertido en una jurista” que despliega una gran actividad en la Academia de Jurisprudencia. Su oposición a la Dictadura, al no aceptar su nombramiento impuesto por Primo de Rivera a la Junta directiva del Ateneo, le obliga a pedir la excedencia como funcionaria. También rechazará la Cruz de Alfonso XIII y el premio que llevaba aneja su aceptación por la Academia de Jurisprudencia. En 1929 ingresa en Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña, que abandona al impedirle que encabece ninguna lista ya que en aquellas primeras elecciones constituyentes la mujer podía ser elegida pero no tenía derecho de voto. Será con el Partido Radical de Alejandro Lerroux con quien obtendrá su acta de diputada y desde donde dará sus principales batallas internas y externas a favor del sufragio femenino. Buena parte de su partido se oponía al voto femenino y se alineaba con las tesis socialistas defendidas por otra mujer, Victoria Kent, cuyo jefe de filas, Indalecio Prieto, llegaría a afirmar que la aprobación con el impulso decisivo de Clara Campoamor era “una puñalada trapera a la República”. La paradoja será que en las primeras elecciones en las que pueden votar las mujeres la principal defensora de ese derecho se quedará sin su escaño. En febrero de 1935 abandona el Partido Radical por la represión gubernamental en Asturias. Su solicitud para ingresar en la Izquierda Republicana de Azaña, con el aval de Casares Quiroga, es rechazada. En los meses siguientes publicará un libro de título significativo: "El voto femenino y yo. Mi pecado mortal".
Cuando llega el mes de julio de 1936, Clara Campoamor permanece en Madrid y asiste horrorizada a lo que fueron los primeros tiempos de la guerra. Consigue embarcarse en septiembre u octubre en Alicante rumbo a Suiza, vía Italia, donde es retenida durante unas horas por la denuncia de unos falangistas, pero consigue su objetivo. Comenzará un exilio que la llevará a Argentina, París y la propia Suiza, donde morirá en 1972. En París, en noviembre de 1936, ha acabado este libro que se publica al año siguiente en francés y que supone una de esas miradas lúcidas e implacables sobre los acontecimientos que viviría en Madrid en aquellos meses de guerra y una reflexión sin concesiones a las causas de la guerra. Quizás por ello ha tardado tanto tiempo en ser de nuevo publicado.
Uno de esos libros imprescindibles de un testigo que con toda razón puede llevar el título a gala de ser de “la tercera España”.
Clara Campoamor. La revolución española vista por una republicana. Edición y traducción de Luis Español Bouché. Editorial Renacimiento. 5ª edición, 2013. 272 páginas. 17 €.