Uno recuerda con nostalgia los artículos, siempre cargados de acidez, ironía y sabiduría clásica de Ramón Irigoyen en El Independiente. Era uno de esos columnistas imprescindibles en aquellos años. Uno pagaba el precio del periódico sólo por poder leer el puñado de escritores que desarrollaron entonces una buena parte de una obra que irremisiblemente se perderá. Escritores en periódicos. No periodistas profesionales. Con Ramón Irigoyen uno tenía asegurado un rato de diversión. Sus maldades de seminarista rebotado le alegraban a uno la mañana. Por eso simplemente, cuando uno leyó en una reseña que Ramón Irigoyen era el traductor y el responsable de una nueva edición bilingüe de la Poesía completa de Catulo (Verona, 84 a.C.–Roma, 54 a.C.) no dudé ni un momento en encargársela a mi librero de cabecera. Sólo por el prólogo, marca de la casa, merece la pena volver a Catulo, uno de los poetas latinos más libre y salvaje que ha existido y del que los tres grandes, Virgilio, Horacio y Ovidio tantas cosas tomaron.
Dice Ramón Irigoyen: “Catulo amó, disfrutó de la vida, sufrió el abandono de la mujer amada, a quien llama Lesbia en homenaje a Safo, nacida en la isla de Lesbos; e insultó a sus enemigos con un humor salvaje, heredado de Arquíloco, el primer poeta del mundo occidental, que, en el siglo VII a.C., atacó fieramente a su padre. El amor, el odio y los insultos como válvula de escape a una profunda frustración, son marcas distintivas de la poesía de Catulo. Y también lo son el canto al amor y al sexo, incluido el amor homosexual, unos maravillosos diminutivos, que tanto disfruté en Atenas hablando griego moderno, el idioma por excelencia de los diminutivos, y el anhelo del perfeccionismo poético. Estas características me han hecho considerar a Catulo como un maestro supremo. Catulo nos da la lección de que debemos aspirar a escribir poemas que sigan vivos, como mínimo, durante dos milenios…”.
“…Catulo fue un poeta muy leído por los autores latinos y definido como doctus (docto, culto)- el adjetivo que más se repite- por Ovidio, Tibulo y Marcial. También es calificado como lascivus (lascivo), argutus (ingenioso), facundus (elocuente), tener, (tierno), urbanus (urbano o mundano por oposición a rústico) y lepídus (con gracia, elegante)”.
Como muestra de la labor de Ramón Irigoyen, que se extiende a las notas en las que siempre cuela su sentido del humor y su conocimiento de los clásicos, ahí va la traducción de su célebre poema besos:”Vivamos Lesbia mía y amémonos / y no nos importen un as todos los chismes /de los ancianos más ceñudos. / Los soles pueden ponerse y renacer. / Pero nosotros, una vez que se extinga nuestra breve luz / una noche perpetua tenemos que dormir. / Dame mil besos, luego cien, / luego otros mil, cien más después, / y potra vez mil seguidos y otros cien. / Y cuando hayamos sumado muchos miles / embrollaremos la cuenta para no saberla Y y para que ningún malvado pueda aojarnos / si supiera que tanto nos besamos”.
Esta Poesía completa recoge 113 poemas, ya que aunque se numeran del 1 al 116, los correspondientes a los números 18, 19 y 20 son considerados apócrifos desde 1829 en la edición de K. Lachmann y no aparecen aquí. Odiar y amar con Catulo y con Ramón Irigoyen.