Andaba yo desde hace unos meses leyendo y releyendo algunas de las primeras obras dedicadas a la Guerra fría de John Le Carré, cuando llegó su muerte el pasado diciembre y completé esas lecturas con su último libro, sus memorias, o mejor una recopilación de momentos de su vida en los que explica buena parte de lo que fue ysobre todo lo que influyó en su obra. Él mismo explica bien lo que la memoria tiene de realidad y de ficción:
“Todas estas son historias verdaderas contadas de memoria, por lo que tenéis derecho a preguntaros qué es la verdad y qué los recuerdos en un escritor de ficción que se encuentra en lo que delicadamente podríamos llamar el crepúsculo de la vida. Para un abogado, la verdad son los hechos sin adornos. Qué sea posible hallarlos o no ya es otra historia. Para el escritor de ficción los hechos son la materia prima; no su guía, sino su instrumento, y su labor consiste en arrancarle la música. La auténtica verdad no reside en los hechos –si es que reside en algún sitio-, sino en los matices.”
Una parte significativa de lo que aquí cuenta, el que fuera agente del MI6 británico, son artículos periodísticos escritos para periódicos y revistas como el New Yorker, The Observer o The Guardian entre otros y su propiaorganización en treinta y ocho capítulos lo delatan. Así, buena parte de los capítulos están dedicados a sus viajes de preparación de sus libros, a los grandes personajes con los que se ha encontrado a lo largo de su vida, como es el caso de Yasir Arafat, Andréi Sajarov o diversos jefes de Estado.
Y entre todos ellos yo me sigo quedando con los modelos de su primeros tiempos que le sirvieron para construir personajes como Smileya partir de hombres y espías reales como Kim Philbi, Compton Mackenzie o gente del servicio secreto como Graham Greene o Sommerst Maugham, que luego como él mismo se convertirían en escritores que volverían una y otra vez sobre temas como la lealtad, la traición que estarían presentes en sus obras hasta el final.
Y entre esa multitud de personajes de su vida y que aparecen constantemente en su obra está su padre del que tanto había contado ya en Un espía perfecto y al que dedica el último gran apartado de estas historias de memoria y del que confiesa:
“Tardé mucho tiempo en poder tratar en términos literarios a Ronnie, embaucador, farsante, ocasional visitante de la cárcel y además, mi padre.”… “Allí donde iba Ronnie, todo se volvía impredecible. ¿Estábamos arriba o abajo? ¿Nos fiarían la gasolina cuando fuéramos a llenar el depósito? ¿Habría huido del país o volvería a aparcar orgullosamente su Bentley en el sendero cuando regresara por la noche? ¿O lo escondería en el jardín trasero, apagaría todas las luces, comprobaría puertas y ventanas, y se pondría a hablar por teléfono entre susurros si es que no lo habían cortado ya? ¿O estaría cómodo y seguro en casa de una de sus esposas alternativas?
Entre medias, siempre esos reproches que sus antiguos compañeros de espionaje le dedicaban cada vez que tenían oportunidad, reflejan bien buena parte de su mala conciencia de escritor que en sus mejores obras siempre dependió de sus antiguos camaradas.
“¿Por qué te metes con nosotros? ¡Precisamente tú, que sabes de verdad cómo somos!” O con más malicia: “Ahora que ya te has forrado gracias a nosotros, podrías dejarnos un poco tranquilos, ¿no?”.
John Le Carré. Volar en círculos. Traducción de Claudia Conde Fisas. Ed. Booket. 2018. 464 páginas. 9,45€.