Olga Merino (Barcelona, 1965) estuvo en Moscú como corresponsal de El Periódico entre los años 1993 y 1998, una época en la que se produjeron los grandes cambios que nos han llevado a la Rusia de Putin de hoy. Su libro es el rescate casi treinta años después de los diarios que entonces escribió. Una labor de reescritura que ella misma trata de explicarse:
“¿Por qué he sacado las libretas del cajón? El pretexto oficial son los treinta años de la caída de la Unión Soviética, pero enfrascada en la tarea de transformarlas, no sé cuál es la verdad, no sé que responderme. En parte me sirvieron para examinarme en secreto, construirme una memoria, apresar cuanto estaba viviendo. Pero lo de examinarme en secreto ya no vale.”
“Tenía entonces veintiocho años recién cumplidos –cuando me hicieron el ofrecimiento de de desplazarme a Moscú, veintisiete-, una edad en la que, como escribió Vila-Matas, “yo estaba tan disponible en la vida que cualquier disparate se podía infiltrar en ella y cambiármela”.”
“Sin seguridad social, como externa de la empresa. Mi salario lo cobraré en España, sin pagas extra ni un bono por los domingos trabajados. Un sueldo fijo, escriba las piezas que escriba; pueden pedirme cuantas quieran. Ese es el otro pacto. Algunos no dan un duro por mí. No creen que aguante.”
“Resulta una experiencia peculiar la de releer lo escrito casi treinta años atrás. Había olvidado por completo el hecho de que tuviera que cegar los cristales de las ventanas, los de mi dormitorio, con papel de aluminio por la claridad de las “noches blancas” durante el solsticio de verano, entre junio y julio, cuando la oscuridad nunca llega a ser completa.”
En esa Rusia que nace los mismos habitantes tratan de expilcarse hacia dónde van:
“'Quisimos hacerlo mejor que nunca y salió como siempre'. El resumen de la época. Cuarenta millones de rusos viven ahora por debajo del umbral de la pobreza; otros cien malviven trampeando.”
Pero ante todo, antes que una corresponsal, Olga Merino se impone la tarea de escribir. El sacar su primera obra adelante mientras se encuentra como lectora con los grandes escritores de la época soviética como Mijail Bulgákov y su Corazón de perro que la deslumbra, Isaak Bábel, Boris Pasternak o Vasili Grossman. Luego la vuelta a los clásicos: Gogol, Tolstoi, Chéjov. Tiempo de escritura propia y lecturas ajenas que se entienden de otra manera desde allí.
No faltan tampoco las experiencias y las relaciones personales como ese Serguei con el que mantiene un apasionado idilio:
“No sé que me ocurre, pero creo que jamás he sentido tanto deseo físico por un hombre; la química nos come a los dos…”
Y como no, su labor como testigo y cronista de unos acontecimientos que se suceden de forma vertiginosa, al fin y al cabo la labor que la ha llevado hasta allí:
“Boris Yeltsin, ha disuelto por decretazo el Parlamento (tanto el Soviet Supremo, como el Congreso de los Diputado Populares) Se ha cargado el Parlamento ruso votado democráticamente en tiempo de la perestroika. O sea, un golpe de Estado en toda regla contra la Constitución de 1978.”
“El octubre negro de 1993 fue, en verdad, el auténtico final de la unión soviética, si bien la bandera roja con la hoz y el martillo se había arriado por última vez del Kremlin la noche del 25 de diciembre de 1991, tras la dimisión de un Mijaíl Gorbachov acorralado.”
Una labor que la absorbe, la agota y la hace dudar de sus fuerzas:
“Escribo entre tres y cuatro páginas diarias para el periódico, páginas completas, con sus despieces, sus cronologías, sus cintillos y sus vainas, a veces sin poder hilar en las crónicas un texto que despliegue algo de ingenio más allá del sujeto, verbo y predicado. Crónicas a cucharetazos. Sábados, domingos, fiestas de guardar, sin descanso. No puedo más.”
Pero el balance, como reconoce desde la distancia mereció la pena y mucho más el poder escribir un libro como este en el que la vida brota y aparece como la buena escritura que lo sostiene:
“Aquellos fueron mis mejores años –entonces, aún cuando hubo días de enfurruñamiento y desesperación, no tenía ni idea de que acabarían siéndolo-, cinco inviernos (casi seis de juventud pletórica en los que, sin darme cuenta, estaba escribiendo la novela de mi aprendizaje vital y literario.”
Uno piensa, aunque no la haya leído que es difícil que la novela que se trajo bajo el brazo este a la altura de estos diarios reescritos y felizmente rescatados. Vida y literatura en estado puro. Muy interesante Olga Merino. Habrá que seguirla aunque sea ahora muchos años y novelas después.
Olga Merino. Cinco inviernos. Editorial Alfaguara, 2022. 272 páginas. 17,95 €