Buenos Humos BUENOS HUMOS

El subdelegado territorial de Pablo Iglesias

12 mayo, 2017 00:00

Cuando está a punto de cumplirse la mitad de la legislatura, que comenzó el último domingo de mayo de 2015, todo ha cambiado. Los actores son los mismos pero en su cabeza nada es igual. El primero García-Page, que se prometía una legislatura plácida con el apoyo tradicional de una Izquierda Unida a la que acabaría por llevarse al huerto. El segundo, el líder de Podemos en Castilla-La Mancha, transmutado en estos dos años por la ley del centralismo democrático en versión 2.0 a la categoría de subdelegado territorial de su propio jefe.

Uno tiene que confesar que al arrancar la legislatura  también pensaba lo mismo que Page y Vaquero, y por eso lo de Molina III, en recuerdo del I, que fuera el consejero de la leal oposición, y del II, que tras diagnosticar a la región un cáncer llamado Bono, pasó a ser el portavoz de su metástasis. Pero nada de aquello se ha cumplido y prometo a partir de ahora retirarle el ordinal en prueba de humildad, siempre que el Cholo Simeone y los atléticos que me leen, desde su agencia de homologación de valores y virtudes, inaugurada esta semifinales de Champions, no tengan nada que oponer a la humilde confesión de un madridista.

Todo ha cambiado para mal en la presidencia de Page. Fernández Vaquero se jactaba en privado hace unos meses de que García Molina comía de su mano, pero el otoño lo estropeó todo. Los cambios de estación son fatales para los enfermos crónicos y las enfermedades solapadas y el uno de octubre la defenestración de Sánchez desencadenó unas cuantas ocultas hasta entonces, con extensión a todo el cuerpo tradicional de la izquierda. Apareció algo inédito en la democracia española: un partido intentaba influir sobre las decisiones internas del otro recurriendo a esas ofertas irrechazables que hiciera famoso don Vito Corleone. En esa rueda de injerencias el primer afectado fue García-Page y su pacto con el hasta entonces mansurrón Molina. Entró en juego el jefe del Juego de Tronos y se cegó cualquier posibilidad de que, en Castilla-La Mancha, Podemos apelara a la autonomía de la “gente” del territorio.

Desde aquellos días de septiembre, Vistalegre II mediante, José García Molina ha entendido muy bien la lección de lo que supone militar en un partido leninista, por mucho que se disfrace en versión tecnológica, moderna y cibernética. Todos sus movimientos desde entonces, con el remate final de la sorpresa teatralizada del rechazo en los Gilitos de los Presupuestos regionales, han tenido detrás la mano firme del líder carismático sobre los mandos de la play. 

El amigo José Julián Gregorio,  delegado del Gobierno, no lo mejoraría en su relación con Rajoy.     

Y a todo esto, el pedrisco y la orilla oscura y sin clarear.