Almodóvar o cuando el acoso es lo políticamente correcto
Aunque uno no sea un admirador incondicional del cine de Pedro Almodóvar, hay algo que es imposible negarle. Al igual que creadores como Miró o Picasso, en cuanto uno ve una obra suya, es muy difícil no reconocer después la segunda o la tercera. El de Pedro Almodóvar es un mundo único, como lo es su estética, sus personajes y la imaginería que hace únicas e inconfundibles a sus películas. Y lo es porque detrás está la mano obsesiva y controladora del que es a la vez director, productor, cámara, director artístico…, y así hasta agotar los títulos de crédito de cualquiera de sus creaciones. El control que ejerce sobre el último y mínimo detalle de sus películas, desde sus primeros pasos en el cine, sería la envidia de directores como Orson Welles, Alfred Hitchcock o John Ford, que muy pocas veces disfrutaron de la libertad absoluta del manchego para hacer en sus películas lo que le da la real gana. Es verdad que esa libertad nadie se la ha regalado. Él tiene su propia empresa productora, se juega su dinero y cuando consigue el dinero público de todos a base de subvenciones, hay que reconocerle también su habilidad para convencer a los políticos de turno de que lo gasten con él en su cine y no en otro lado. Pocos creadores pueden decir lo mismo.
Pero en el cine, como en cualquiera de las llamadas artes escénicas, el material básico con que se construyen los sueños del espectador tiene el defecto consustancial a la materia de origen humano. El actor es un material sensible que, como los mejores aceros de construcción, tiene su límite de resistencia en el llamado cansancio de materiales. Un lienzo o un papel lo aguantan todo. Cuando se escribe o se pinta a base de materia humana todo es diferente. El último material cansado por el uso de la factoría Almodóvar ha sido Lluís Homar, el protagonista de “Los abrazos rotos”, como antes lo fue Carmen Maura… y otros muchos que tienen todavía sus memorias por escribir y publicar.
Lo que sabemos del método de dirección de actores de Almodóvar, a través de lo que él mismo nunca ha ocultado o tantos actores han explicado, está en la lógica del super ego controlador del director. Cuando un actor se pone en manos de Almodóvar sabe que será sometido hasta realizar una interpretación del personaje creado por Almodóvar, y que solo saldrá adelante si coincide con la interpretación imaginada por Almodóvar. Todos los personajes de las películas de Almodóvar son Almodóvar y todos deben someterse al genio de su creador. No hay salida. Lo aceptas o lo dejas.
De ahí los ensayos exhaustivos de varios meses antes del rodaje en los que el director implanta bajo la piel del actor a su personaje almodovarizado una y otra vez. Todos son Almodóvar. No hay otra posibilidad ni otra salida. Tampoco hay actor o actriz que se quiera mínimamente a sí mismo, que le aguante tres películas. Por mucho menos Tippi Hedren habló de agresión y acoso sexual en sus memorias. Al paisano Almodóvar se le acumulan los cadáveres en el armario.