Buenos Humos

Cómo sobrevivir al PSOE de los Picapiedra

4 agosto, 2017 00:00

A día de hoy, tras unas primarias de resultado incontestable y el correspondiente Congreso Federal que ratificó todas las tesis del resucitado Pedro Sánchez, siguen existiendo dos pesoes irreconciliables. Ni las primarias ni el congreso han acabado con el gran problema que pretendían solucionar: “Si gana Susana hay que echar a más de la mitad de los militantes, si gana Pedro echará al ochenta por ciento de los dirigentes", se decía en medios cercanos al presidente García-Page antes de que en mayo la militancia con su voto pusiera las cosas en su sitio. Ese mismo proceso trasladado a la otra orilla de la izquierda, según la definía Julio Anguita, hubiera acabado con la correspondiente escisión y la creación de un nuevo PS que reclamaría su legitimidad.

Pero esto es el PSOE donde la cultura del fraccionalismo nunca tuvo el éxito que prendió de manera entusiástica desde sus principios fundacionales entre los comunistas. En el PSOE, de Surennes acá, y hasta Sánchez, lo que se ha impuesto, tras las grandes batallas de marxistas contra socialdemócratas, guerristas contra felipistas, ha sido siempre la integración del contrario en la casa común. El pegamento entre adversarios ha sido el ejercicio del poder y el fondo socialdemócrata en el que al final todos coincidían. Tras los siete años de zapaterismo ese adhesivo de dos complementos, imprescindibles para un perfecto encolado de las partes, sólo se da de forma muy parcial en un puñado de ayuntamientos y autonomías; y para colmo, la irrupción de Podemos ha hecho brotar en el interior del olmo centenario esas raíces caballeristas que parecían definitivamente muertas.

Claro, que en un PSOE dominado por la prioridad de recuperar los votantes perdidos en beneficio de Podemos, para primero recuperar el dominio de la izquierda y luego derrotar al PP con cualquier aliado posible o imposible, muchos observadores imparciales ven una contradicción que tiene su máxima expresión en la vuelta de tuerca que ha supuesto el pacto de gobierno en Castilla-La Mancha con la entrada de Podemos en el gobierno de García-Page: el barón más contrario a la deriva izquierdista se convertiría en el gerente de un laboratorio de pruebas de la izquierda,  encargado de comprobar experimentalmente las bondades de las teorías de Pedro y Pablo. Ya se sabe que desde don Carlos Marx, lo de “científico” es uno de esos añadidos que han dado barniz a sus “incontestables” verdades.

En todo ese nuevo horizonte que se abre en la vida de un hombre como Emiliano García-Page, que no ha hecho otra cosa en su vida que militar y sobrevivir desde el coche oficial en su partido, es donde ante todo hay que colocar la pirueta política que le permitirá acabar la legislatura, mientras pasa el tiempo y, por qué no, las cosas pintan mejor en un partido en el que saber esperar el momento puede ser vital para la supervivencia. Por lo pronto, desde el poder todo se ve de un color bien distinto que desde la oposición. Pocas veces en la historia del PSOE, alguien se lo pudo llamar suyo excluyendo a los demás. Eso es cosa de comunistas y podemitas.