Todo el mundo quieto. Page y Molina coinciden en sus silencios
El “procés” catalán lo ha paralizado todo. Nunca antes el día a día político de un gobierno de una comunidad autónoma como la nuestra se ha visto tan afectada por un suceso a nivel nacional. Nadie se atreve a hablar, de Page hacia abajo, de lo que en los bares y las tertulias de café que nunca se han ocupado de política es el tema central desde hace semanas. Basta que Puigdemont, Junqueras o Trapero salgan en el televisor para que la clientela estalle y se escuche a los parroquianos pedir “el trullo” por unanimidad. La calle habla y el silencio del gobierno regional se hace más estruendoso. Se impone el silencio y se vende como si fuera la forma de añadir apoyos a la política de Estado de Mariano Rajoy. No habla Page y por supuesto ha dejado de hablar García Molina en cuanto desde Madrid su jefe, Pablo Iglesias, ha recontado los pelos que se ha dejado en la gatera a costa de la crisis de Cataluña.
Si alguna vez comparábamos a García-Page con Bono por su habilidad para sacar leche de una alcuza, ahora hemos visto la diferencia de ánimo y de talento que hay entre ellos. Bono no para. Lo tiene tan claro como siempre lo tuvo. Los grandes temas pueden aliviar las miserias personales del peor de los políticos. Vuelve Bono, si alguna vez se había ido y cubre con su posición de patriota inequívoco cualquier resquicio a los desgarros que de cuando en cuando saltan desde las hemerotecas con peligro de destaparle sus vergüenzas. Emiliano solo está en el día a día de la gestión, con el lema de don Camilo José Cela clavado en lo alto de la puerta del despacho del Palacio de Fuensalida: “El que resiste gana”. No hay otra. No es momento todavía para envolverse en la bandera de España y tocarle los cataplines al aliado que tiene que aprobarle los presupuestos del año dieciocho. Nunca se hizo menos política en un gobierno, mientras la calle no hablaba de otra cosa. Se ha achicado y se ha mostrado ante su propio partido más pequeño de lo que es. Amanece que no es poco. No está la orilla para bromas, aunque la tormenta se enmascare en este veranillo de San Miguel que amenaza con llegar a San Martín.
Y mira que lo ha tenido a huevo con la gente pidiendo política en los bares y su propio partido, con José María Barreda a la cabeza, afeando las marrullerías de Margarita Robles contra el gobierno, agarrada al montaje de la internacional trosko-periodística de Jaime Roures y sus novecientos heridos con la falsa manca y sus dedos rotos a la cabeza. Pero calla Page y calla Molina mientras “la gente” pide el trullo con un clamor. Emiliano sabrá.