Rivera canta lo suyo con Page
Rivera y los suyos están crecidos por lo de Cataluña. Aunque se les recuerde desde el gobierno que aplicó el 155, no admiten que, como decía Arzallus, fueron otros los que movieron el árbol para que ellos recogieran las nueces. Están tan crecidos que incluso se les olvida disimular algo que se puso en evidencia tras las últimas elecciones autonómicas y municipales en Castilla-La Mancha. Ciudadanos en la derecha, como Podemos en la izquierda, se presentó como el factor regenerador de la nueva política. Enseguida ese concepto de regeneración, como casi todo en la vida, comenzó a cobrar matices, según el lugar y la persona sobre la que se aplicara. Las exigencias para el pacto en la Andalucía de Susana Díaz, de los ERES falsos y el clientelismo, fueron muy distintas a las que se sometió a Cristina Cifuentes en Madrid. En Castilla-La Mancha, sin representación en las Cortes regionales, se saltaron su propia norma autoimpuesta de apoyar a la lista más votada y de no propiciar gobiernos en los que estuviesen los podemitas en sus diversas variantes en la Diputación de Toledo y nunca lo explicaron de una manera convincente. Prefirió Rivera callar y que cargara con el mochuelo del pacto bajo la mesa con el PSOE de Page el difunto Antonio López. Ahora, por fin, en ese momento mágico del Cigarral de Adolfo y con el sabor a victoria en el paladar lo ha confesado: “Espero que Page cumpla su palabra”.
Y es que Rivera nunca se atrevió a decir a las claras las razones por las que puso en manos del PSOE y IU la Diputación de Toledo contraviniendo sus propias normas, machaconamente repetidas a lo largo de la campaña electoral. En realidad era muy fácil decir la verdad: Arturo García-Tizón era una pieza de caza mayor de esas que los cazadores cuelgan con orgullo en las paredes de su casa; amigo personal de Rajoy y un peso pesado del viejo PP en el que incluso llegó a ser secretario general. Rivera vio la ocasión y no la dejó escapar. Estaba en su derecho, nadie lo niega, pero lo debería haber explicado a muchos de sus votantes que a lo peor nunca supieron para qué serviría su voto, aunque ya se sabe que el peligro de estos regeneradores, siempre por encima del bien y el mal, es que acaban creyéndolo, como decía Pla de Lerroux: “Ahora, en el verano, Lerroux, con el jipi ligeramente ladeado, el bastón con empuñadura de plata en la mano, la distinguida arrogancia, la nariz encarnada y ese aire de querer quedar bien con todo el mundo, parece el padre de las niñas cachondas que viene de la verbena de San Juan”.
Ahora sabemos que Page le prometió una reforma electoral que reclamó con la urgencia del que se cree vencedor en Toledo. Acabáramos.