Desaparición, fantasmas y muerte en la Sierra de San Vicente
Hace dos años y casi dos meses que el vecino de Navamorcuende Ángel López Barroso desapareció sin dejar rastro. El pueblo entero le buscó durante días por toda la sierra del Piélago, se registraron pozos, los buzos de la Guardia Civil rastrearon el pantano, un helicóptero voló muchas horas en busca de algún indicio… nada. Todo apuntaba tras el paso del tiempo que el caso de Ángel se convertiría en uno de esos que nunca se resuelven y permanecen en la memoria negativa de toda una comunidad. Desde el viernes pasado, en que una brigada contraincendios en labores de limpieza del monte, encontró un cráneo y otros restos óseos, por lo menos parece posible contestar a una de las muchas preguntas que los vecinos del pueblo inevitablemente se hacen. Todo apunta, por lo que se va sabiendo extraoficialmente, que los restos encontrados pueden pertenecer a Ángel. Las pruebas de ADN lo confirmarán en unos días, y al menos, aunque sea duro decirlo, la familia no vivirá en el sinvivir que supone tener a un hijo y un hermano con el sello de desaparecido.
Cualquiera que viva en una pequeña comunidad puede imaginar la conmoción que, primero la desaparición y ahora el hallazgo de esos restos, han producido en el pueblo. Aquí no se habla de otra cosa. Se vuelve sobre las circunstancias de aquel trece de enero de hace dos años y se rememoran individual y personalmente por parte de cada vecino aquellos días. Todo el mundo tiene claro dónde estaba y qué hacía el día que desapareció Ángel, y todo el mundo, inevitablemente, mantiene una teoría propia e intransferible sobre la misteriosa desaparición. Ahora vuelve a suceder lo mismo. Mientras la autopsia y las investigaciones de la Guardia Civil no expliquen de una manera clara el motivo de su muerte, la rueda de suposiciones y teorías sobre su muerte seguirá, inevitablemente rodando: ¿accidente fortuito o provocado?¿muerte natural? ¿suicidio? ¿homicidio? ¿asesinato? Quizá, ya digo, algún día lo podremos saber, porque las técnicas forenses son capaces hoy de desentrañar misterios que tan sólo hace diez años parecían irresolubles. Pero al menos, aunque sea un triste consuelo, habrá una certeza. Las pruebas de ADN no dejan lugar a la duda y una familia podrá enterrar a uno de los suyos y abrir el duelo por su muerte.
A uno, la verdad, le gustaría que de todas las posibilidades que ahora se abren tras la aparición de esos restos y siempre que se confirme su identidad, algo que aquí todo el mundo da por descontado, le gustaría digo, que también se confirmara que en su muerte ni hubo violencia ni intervino ninguna otra persona. Lo contrario, sería abrir una herida muy difícil de curar, por lo que se dice, por lo que se especula y por lo que se calla siempre en estos casos, en una comunidad como en la que uno vive. ¡Ojalá haya suerte y las investigaciones de la Guardia Civil y los forenses sacudan el puñado de fantasmas que desde la desaparición de Ángel pululan por la sierra de San Vicente y por las cabezas de sus habitantes!
Inevitable, pero muy triste.