No hay manera. Dos no regañan si uno no quiera. El guión estaba cantado y no era otro que provocar la ruptura del pacto de gobierno para encarar la campaña electoral con el memorial de agravios y reproches de pareja despechada. En las últimas semanas, García-Page se ha ensañado con su vicepresidente García Molina de todas las maneras posibles; Jesús Fernández Vaquero le ha dejado bien claro que ninguna de las leyes con que justificaban su permanencia en el Gobierno de Page tiene posibilidades de ser ni siquiera discutidas en las Cortes regionales, y las comparecencias de Nacho Hernando se han convertido en una provocación continua para la ruptura. Pero no hay nada que hacer. García Molina y su consejera apurarán el coche oficial hasta el último día. No piensan renunciar. Van a hacer el teatrillo de presentar la Ley de Participación Ciudadana al Consejo de Gobierno, cuando por activa y por pasiva desde el Palacio de Fuensalida se les ha indicado que ni siquiera se discutirán. Vamos, que no hay agua y que ahora ya no se les necesita. Partida terminada.
Pero no. García Molina se sintió el rey del mambo cuando Page le ofreció esa vicepresidencia de la que tanto ha disfrutado y desde entonces no ha pensado en otra cosa que apurar el sillón hasta el último minuto. Vaquero, Hernando y Page se tronchan de risa viendo los esfuerzos del pobre García Molina, mientras desde sus filas la secretaria general de Podemos en Toledo dimite y deja de recuerdo una bomba de relojería de aquellas que tanto gustaban en los comienzos del presunto asalto a los cielos. ¿Recuerdan? Tic, tac, tic, tac: “Si gastas tu poder negociador en prebendas, te quedas sin capital político. Te conviertes en un animal domesticado a cambio de comida”.
Pero lo grave para Podemos es que lo que le ocurre a García Molina en Castilla-La Mancha es lo mismo que le ocurre a toda la formación de Pablo Iglesias en toda España. La decepción con los dirigentes y con sus métodos de gestión, transparencia y “participación no manipulada” es general. La farsa de los plebiscitos y las consultas a la base es algo que cada día se revela como un gran engaño, y ahí entran aquellas abrumadoras mayorías que sirvieron a García Molina para entrar en el Gobierno de Page. Y aquí habría que recordar también aquello que decía Salvador de Madariaga a propósito del ascenso de los totalitarismos en Europa en los años treinta del siglo pasado: “Hay que ver lo poco que les gusta la democracia y lo mucho que les gustan los plebiscitos".
A García Molina, Page no se le sacude de encima ni con agua caliente. ¡Que tío! Parece que se ha leído el “Manual de resistencia” del doctor Sánchez.