Yo siempre me he declarado trasvasista. Eso sí, partidario de trasvasar agua desde donde sobra y se tira simplemente al mar, adonde hace falta, simplemente porque no existe. Siempre he creído que un plan hidrológico nacional del tipo que soñaron Joaquín Costa o Lorenzo Pardo hubiera sido una verdadera revolución que habría multiplicado la riqueza de España. Claro, que los dos que cito hoy a lo peor serían tachados de reaccionarios, como lo habría sido Juan Benet, el escritor e ingeniero, cuando en la transición defendía los trasvases desde la España húmeda, en la que sobra el agua, a la España seca. Hoy, declararse trasvasista es, aparte de inútil, porque en esta España el principio de solidaridad territorial que sustenta esa manera de entender lo que es una nación lleva décadas en quiebra, la mejor manera de ponerse fuera de juego. Alguien ya defiende la libre tenencia de armas como expresión de la máxima libertad del ciudadano frente al Estado, pero nadie se atreve con lo que parecería obvio. Nunca, después del trasvase Tajo-Segura, será posible en España una política hidráulica de alcance nacional, porque con toda razón, cada vez que se vuelva a hablar de transferencias de agua aparecerá el fantasma de lo que nunca se debió hacer con los planteamientos limitados con que se hizo.
Con toda razón, los opuestos a los trasvases desde el Tajo aducían un principio fundamental en contra: no se puede llevar el agua de donde es deficitaria a ningún otro sitio que no sea su cauce natural y el Tajo es un río que discurre por la Iberia seca donde no sobra ni una gota. El reconocimiento por el Tribunal Supremo de caudales ecológicos a lo largo del curso empieza a poner las cosas en el sitio de donde nunca tenían que haber salido, aunque me temo que se tardará años en conseguir lo que simplemente la naturaleza y la lógica dice.
Yo siempre he defendido que el trasvase desde la desembocadura del Ebro solucionaría todos los problemas de agua del Levante español con unas aguas que año tras año se pierden en riadas que anegan muchas tierras de cultivo y que, al final, simplemente se pierden en el mar produciendo daños también en el propia delta que supuestamente se pretende defender. Después del triunfo de los nacionalistas con su derogación, es imposible que salga adelante un plan hidrológico nacional coherente.
Pero en ese contexto de egoísmo territorial, presión nacionalista, y con la promesa de las desaladoras alternativas, la única verdad ha sido el mantenimiento de un modelo que si para algo servirá en el futuro es como ejemplo de lo que nunca se debe repetir.