Florentino de Mora, presidente de la Plataforma de Damnificados de Daños del Conejo, ha pedido a los organismos regionales competentes que realicen un estudio genético del conejo que hoy prolifera, sobre todo en la parte oriental de la región, convertido en plaga. Se temen los agricultores afectados que la especie silvestre ha sufrido una mutación a partir del cruce con el conejo doméstico o de granja, que ha cambiado su naturaleza y su comportamiento. El híbrido resultante que asola los campos manchegos es más grande, más voraz, más prolífico, más resistente a las enfermedades clásicas como la mixomatosis y no se adapta a las zonas de hábitat clásicas como el monte, sino que prefiere la cercanía a los cultivos. Es un conejo que ha abandonado la vida nómada y de monte para instalarse en los refugios artificiales que le brindan las cunetas de las carreteras, las escombreras, los taludes de las vías férreas como el AVE, las riberas, los vallados… cercanos siempre a los campos de las explotaciones agrarias. Ha seguido la senda de la historia humana y se ha pasado del nomadeo y el albur de la recolección de los productos naturales del monte a asegurarse con una vida cómoda y sedentaria el sustento diario, a base de convertirse en un dependiente del agricultor, como si de cualquier nini se tratara.

Claro que, en nuestra Península Ibérica, siempre geográficamente, entre mares, entre continentes y entre extremos meteorológicos que marcan una España a la que sobra el agua y otra que se muere de sed, no podía faltar el contrapunto. En la parte occidental, sobre todo en el oeste toledano, lo que en La Mancha es plaga, aquí es absoluta ausencia de la especie. Sencillamente no hay conejos. Han desaparecido de amplias zonas como si se hubiera producido una migración siguiendo las aguas del trasvase que se van hacia Levante. No hay término medio. En La Mancha los agricultores no duermen viendo como los conejos mutantes instalados como okupas en sus parcelas se dan el festín a su costa y en el occidente toledano los cazadores suspiran por ver de nuevo a conejos y liebres corriendo por sus campos. Aquí la única preocupación de plaga son los jabalíes, guarros o cochinos, que a imitación de los conejos manchegos bajan del monte a comer del pienso de las ovejas o vacas, destrozan huertos o simplemente rebuscan en los contenedores de las periferias urbanas su sustento diario.

Pero el conejo convertido en plaga que preocupa es ese híbrido sospechoso manchego que no se sabe a ciencia cierta dónde comerá a la mañana siguiente y que ha abandonado el monte inculto para instalarse en el cómodo agro. No se sabe si es silvestre o doméstico; tampoco, cuál será el territorio en el que al día siguiente buscará su sustento. Toda una incógnita que aclarar, casi como la de Ciudadanos y su apoyo, o no, a García-Page. ¡Venga ese estudio genético!