Albert Rivera y Juan Carlos Girauta, dos toledanos más
Uno de los grandes éxitos de los nacionalistas ha sido trasladar su lógica del agravio y de la reivindicación permanente a todos los rincones de España. Puestos a exigir inversiones del Estado y a considerarse discriminado no hay nadie que hoy eche un paso atrás. Lo del café para todos de Suárez ha provocado el efecto contrario de lo que buscaba y nadie se resigna a no tener playa y un tren de alta velocidad con paradas en cada aldea. Ese contagio es evidente en la izquierda, que ha pasado del internacionalismo al regionalismo sabiniano en una sola generación.
Cuando Dolores de Cospedal se convirtió en la presidenta del PP de Rajoy en la región, al PSOE en bloque le faltó tiempo para pedirle la partida de nacimiento y el certificado de buena conducta castellano manchega. Ahora, cuando Juan Carlos Girauta, de Ciudadanos, ha decidido hacerse toledano, a alguien desde el propio PP, que sufrió el agravio con Cospedal, le ha saltado ese reflejo condicionado por el nacionalismo y ha salivado como los perros de Paulov recordando el encasillado de los tiempos de Cánovas y Sagasta y el duro de Romanones.
En la Constitución del 78 queda claro que el diputado o el senador no se debe al territorio por el que fue elegido, a diferencia del parlamentario inglés que tiene en su distrito su referencia. Pero ya digo que los nacionalismos han conseguido imponer su mensaje incluso a aquellos que dicen combatirlo. Las grandes batallas ideológicas se empiezan a ganar con las palabras y en eso, los sabinianos y puigdemones llevan toda la ventaja a los constitucionalistas. Claro, que lo de la izquierda y la adopción del lenguaje nacionalistas no es un acto fallido e inconsciente sino pura táctica hacia el poder.
La Barcelona de los amenes del franquismo era el mejor ejemplo de cosmopolitismo a pesar del régimen. El lema que regía en aquella ciudad abierta era el mismo que hoy mantienen orgullosos los habitantes de Navalucillos: “Donde nadie es forastero”. El boom de los escritores hispanoamericanos fue posible porque las grandes editoriales catalanas no tuvieron ningún problema en aceptar que la lengua que a todos nos une se llama español. Después de aquello, nada ha sido igual.
Por eso, cuando un catalán, un gallego, un andaluz o un vasco decide vivir en Albacete o en Puertollano o presentarse como parlamentario por Cuenca, uno se alegra cuando nadie le pregunta por su origen ni por sus motivos. Lo demás es darles la razón a los aldeanos de txapela y barretina. Juan Carlos Girauta es un toledano más y un español más que ejerce su derecho a residir y a presentarse donde le de la real gana. Y para muestra ahí está Cayetana en Barcelona.