Lo que cambia la vida. En el siglo pasado el prototipo del árbitro de fútbol era el del españolito medio: un señor moreno, bajito y cabreado que representaba Alfredo Landa en su versión urbana o rural. Eran los años en los que los árbitros de fútbol llevaban chaqueta, vestían de negro riguroso, lucían barriguita y dirigían los partidos al trote cochinero, como Andújar Oliver. Eran los tiempos de don Pedro Escartín, que hizo de todo en el fútbol, de Ortiz de Mendibil, al que sacaron a hombros del Bernabeu tras pitar una final de copa de Europa, de Guruceta que lió en Barcelona la de Puigdemont y de los árbitros reconvertidos en comentaristas los lunes con el invento de la moviola de la tele.
Ahora, ahí tienen al joven toledano Javier Alberola Rojas con una planta que parece recién sacada de una pista de atletismo o de una revista de deportistas de élite. Que la raza mejora es indudable y eso se nota hasta en el arbitraje. Chicos jóvenes, bien plantados y que no desdicen entre esos nuevos dioses del Olimpo que son los futbolistas. Dialogan, explican sus decisiones, calman los nervios a los jugadores, y de vez en cuando en esa cercanía se les va la mano en un gesto cariñoso y de complicidad y el futbolista se revuelve como si le hubieran echado una soga al cuello: -Papi, el árbitro me ha dado una colleja.
Y es que a Morata, el delantero del Atlético de Madrid, le faltó tiempo para echarse la mano a la cabeza cuando Alberola, después de comentar una jugada, le rozó apenas con dos dedos de la mano en lo que cualquiera hubiera tomado como un mimo al niño cabreado. ¡Me ha dado una colleja! ¡Me ha dado una colleja, papi!... Y se pueden imaginar lo que ha venido después. La cosa no ha llegado a los juzgados como algún caso de un hijo que lleva a su padre por una colleja, pero ha acabado con la suspensión de un partido sin arbitrar para Alberola y me temo que con las vacaciones anticipadas hasta la próxima temporada.
Dicen los que entienden de esto, que en España son cuarenta y siete millones, que Javier Alberola Rojas está muy bien considerado en las altas esferas federativas y arbitrales y quizá sea el árbitro con mayor futuro de España: es tranquilo, dialogante, en óptima forma física, con los conceptos muy claros y que le gusta explicar las jugadas y calmar a los jugadores, y que quizás todas esas cualidades positivas sean las que le han llevado a cometer lo que algunos consideran un delito imperdonable para un maestro, un árbitro o un padre.
Uno, la verdad es que después de ver una y otra vez repetida la “brutal colleja” de Alberola a Morata, lo único que ve es alguien que hace un gesto de ánimo y complicidad y un niño mimado y maleducado que reacciona como tal. En estos casos, casi siempre le sale a uno algo políticamente incorrecto: “Dos buenas hostias es lo que se merece, ¡por memo!”. ¡Ánimo Alberola! En España es muy duro ser padre, maestro y árbitro de fútbol.