Ayer, 18 de julio, se cumplieron sesenta años de la victoria en el Tour de Francia de Federico Martín Bahamontes, un toledano al que, como pasa con los héroes de la antigüedad, se disputan su cuna Val de Santo Domingo y Torrijos, porque él nació en una caseta de camineros entre las dos poblaciones. Entonces el 18 de julio era fiesta nacional, se cobraba la paga extra correspondiente y se conmemoraba el comienzo de la Guerra Civil bajo el nombre de Alzamiento Nacional. Apenas hacía veinte años que la guerra había terminado, y en palabras de José María Gironella, un falangista de primera hora y largo recorrido en la vida literaria española de postguerra, había “estallado la paz”. Uno, con cuatro años cumplidos en primavera recuerda la portada de El Alcázar, el Dígame y el ABC de aquellos días con Fede hecho un junco paseando un ramo de flores en el velódromo del Parque de los Príncipes, que era donde entonces finalizaba el Tour. Luego, en el NODO, que llegaba a los cines de pueblo con meses de retraso, el recibimiento en Toledo de su “Águila”, en un coche descapotado arropado de una multitud que retrasó durante horas su llegada.
Hoy con noventa y un años, Federico Martín Bahamontes se ufana de haber congregado mucha más gente que Franco y el papa Juan Pablo II juntos. Fue un 18 de julio que después de veinte años se celebró por primera vez de una manera en la que no había dudas. Se celebraba al atleta, al hombre y la fuerza de voluntad de alguien que venía de abajo y que se abría camino gracias a su esfuerzo. Después de aquel verano de Bahamontes casi nada fue igual en España y en el ciclismo.
En España, la situación de quiebra técnica del Estado impuso la lógica de un Plan de Estabilización diseñado por el Fondo Monetario Internacional y el apoyo de los Estados Unidos de América, que consideraba a España un aliado estratégico imprescindible en la dinámica de la Guerra fría. El resultado fue la España del desarrollismo y el abandono de las políticas autárquicas tan queridas por los elementos más ideologizados del “régimen”. Sin lo que ocurrió como consecuencia de los cambios del cincuenta y nueve, la Transición, tres lustros después hubiera sido mucho más difícil. Los cambios de mentalidad que abrieron la obligada apertura al turismo y la emigración a Europa, hicieron mucho más por la venida de la democracia en esos quince años, que toda la oposición al franquismo junta. En realidad solo el PC, “el partido”, era una verdadera oposición, en la que no existían ni socialistas ni demócratas de toda la vida.
Y en el ciclismo, todo cambió para mal. De Merkx a Amstrong, pasando por Ocaña, el Chava Jiménez… se pasó de aquellos carajillos de Soberano en el café, que es el único estimulante que ha admitido Fede tomar en las carreras a la “gasolina super” que se llevó por delante a ciclistas como Pantani, El Chava o Tom Simpson. Lo del ciclismo ha sido desde entonces una carrera por ganar a la ciencia y a los métodos de detección de las sustancias dopantes. Una pena, porque el ciclismo se ha convertido del deporte más auténtico al menos creíble.
De aquel mundo y de la mierda posterior afortunadamente nos queda Fede. Sus noventa y un años son la mejor prueba de su autenticidad y del valor de su Tour.