Belén de la Cal, una ceramista de quinta generación de Puente del Arzobispo, ha descubierto una obra suya en la última película de Tarantino. Una jarra de sangría de su taller “Ceramical” se ha colado entre el atrezzo de “Érase una vez en Hollywood” y a la mujer casi le da un síncope el otro día, cuando fue al cine y se encontró con su jarra en medio de un diálogo entre Brad Pitt y Leonardo di Caprio.
El encuentro, al estilo de aquel personaje de Woody Allen que salta de la pantalla a la sala, nos lo han contado en La Tribuna y uno, que es muy de su tierra, a pesar de algunos que dicen lo contrario, se ha apresurado a contarlo aquí. Que no todos los días, ni mucho menos, Puente del Arzobispo y su cerámica aparecen en una obra de arte, aunque sea como una de esas citas perdidas a pie de página y en letra pequeña que tanta ilusión le hacen a uno cuando alguien dice que ha leído su libro o, como cuando decía Adolfo Hitler de Franco, que “estaría en la Historia como Pilatos en el credo”.
A Belén de la Cal –con ese apellido solo se puede ser ceramista en Puente- se le ha aparecido su jarra de sangría en plena pantalla y anda que levita por ahí, como estaría uno si por un casual a Antoñito López el de Tomelloso le hubiera dado por colar su cara entre los fantasmas de uno de esos espejos que pintaba en su primera época dentro de una sala manchega.
Claro que, a uno que le gusta la cerámica tradicional y de toda la vida de Puente y que admira la obra de las muchas generaciones de los “de la Cal”, le cuesta reconocer en esa jarra de sangría alguna de las características de una tradición cerámica que la han hecho inconfundible. Y en esto que nadie vea animadversión hacia las nuevas formas, los nuevos colores ni hacia la libertad del artista que siempre tiene derecho a hacer su obra como le dé la real gana. Pero me temo que cuando cualquier espectador vea la jarra de sangría de Belén interpuesta entre Pitt y de Caprio, por muy conocedor que sea de la cerámica de Puente y Talavera, le será imposible identificar aquella obra con cualquiera de ellas. La jarra de marras podría ser de Manises, de Alcorcón, de Almendral de la Cañada o de los mismísimos Talavera y Puente. Estoy seguro de que, ante un cacharro pintado en verde por el inolvidable Pedro de la Cal, no solo su autora habría sabido que venía de Puente.