Acostumbrados como estamos a que la oposición de cualquier pueblo aproveche el más mínimo resquicio para meter caña a los que ejercen el gobierno, se sorprende uno con el comportamiento de esa extraña pareja que en el comienzo de la legislatura componen Emiliano García-Page y Paco Núñez. Para buscar algún precedente a esa línea de consensos abierta por los dos habría que irse a los años de la Transición, cuando paradójicamente, si se repasan las hemerotecas, el consenso era una palabra que no gozaba ni mucho menos de la buena prensa que tiene hoy. El acuerdo de todos se asimilaba en los tópicos al uso que se manejaban desde los extremos empeñados en desgastar a Suárez a pasteleo y componenda.
Emiliano García-Page, por primera vez en su carrera política, goza de una mayoría absoluta rotunda e indiscutible. Ni en su anterior legislatura ni en su paso por la Alcaldía de Toledo dispuso de un poder tan ilimitado y, sin embargo, nunca antes se ha mostrado tan generoso y dispuesto al diálogo permanente y al consenso como en el momento actual, como lo prueba los acuerdos sobre agua y reforma del Estatuto de Autonomía y Ley electoral alcanzados tanto con el PP como con Ciudadanos. Page no tenía necesidad de ello y lo ha buscado. Paco Núñez y Carmen Picazo han respondido sin dobleces y han estado a la altura. Es verdad que Paco Núñez nunca debería haberse prestado a liquidar la norma que limitaba los mandatos del presidente porque esa es una de las garantías, de Montesquieu acá, de la calidad de una democracia y cualquier cosa en su contra es un retroceso. No es extraño que el amigo Cedena recoja en su artículo de ayer lo del “incomprendido”. Pero la línea general de buscar el consenso en los grandes temas del uno y el otro suena bien. Es algo nuevo, por mucho que se predique la necesidad del diálogo y el consenso, porque siempre se acaba en la oposición radical a cualquier iniciativa del gobierno.
Aquí las dos partes, gobierno y oposición, juegan la misma baza: el poder y el atractivo del consenso y el acuerdo. Luego veremos quién saca más rendimiento a esa generosidad mutua, porque recuerdo que las mayorías absolutas han traído siempre consigo inoculado el virus de la soberbia, la prepotencia y la práctica del rodillo parlamentario. Todo le suena a uno muy bien y quizá por ello le extraña. No deja de ser una rareza que trae incomprensiones de uno y otro lado.
El otro día, en el libro de cartas entre Vicens Vives y Pla, recogía la impresión que tenía de Josep Tarradellas cuando le conoció y le entrevistó durante veintitantas horas en su exilio francés en el año 1960, y que debería ser el ejemplo del buen político: “Si fuese un político de cualquier otro país de la Europa occidental, sería un político como hay tantos. La singularidad del caso proviene del hecho que el Sr. Albert (pseudónimo de Tarradellas) ve las cosas no como un político exiliado, ni tan solo como un político de la oposición. Ve las cosas permanentemente como un hombre de gobierno, como un político a las órdenes de la continuación de la sociedad. Nos repitió muchas veces que, si el algún día gobernaba, no destruiría nada que, habiendo sido implantado por Franco, sea positivo para el país y para la estabilización general. Semejantes declaraciones por parte de un político que lleva casi un cuarto de siglo de exilio, que ha sufrido siete detenciones (algunas de las cuales hechas por la Gestapo en contacto con la policía franquista), yo no las había oído nunca…”. ¿Cuántos políticos hay hoy que se parezcan mínimamente a Tarradellas?