Con el posible trasvase de aguas del Tajo a las Tablas de Daimiel para “solucionar” una situación que se repite desde hace muchos años, se ha comprobado que, como casi siempre en la vida, cada uno ve una realidad distinta. La Junta de Comunidades es partidaria del trasvase de socorro a las Tablas a través de la tubería manchega. Al fin y al cabo, dicen, ya que se están autorizando trasvases a Murcia, estas aguas se quedarán en la región y solucionarán un problema, imposible de abordar de otra manera. Los municipios ribereños, como es natural se oponen con los mismos argumentos que esgrimen contra los trasvases al Segura: no hay agua en la cabecera y cualquiera lo puede comprobar. Los ecologistas también se oponen, y aquí hay que decir que aparecen los argumentos que van al fondo del asunto. Eso sí, poniendo por encima de todo una defensa del medio natural que no entiende de cálculos a corto o medio plazo ni de repercusiones económicas y sociales sobre el territorio que directamente sufriría, al menos por un tiempo, sus recetas radicales. La solución, defienden con todos los argumentos lógicos de la Ecología, pasa por acabar con la sobreexplotación de los acuíferos del Alto Guadiana, el cierre de pozos y la reconversión de los terrenos actuales de la parte de la cuenca afectada a una agricultura sostenible y radicalmente alejada de los consumos de agua actuales, casi nada… Por su parte los agricultores, y el presidente de ASAJA se ha manifestado claramente hace unos días, son partidarios de mantener los niveles de gasto de agua con una política hidráulica en la que no sea necesario llevar a cabo reconversiones traumáticas y que provocarían un agravamiento de ese problema del que tanto se habla y que no es otro que el abandono imparable de la población del medio rural.
Uno, puesto a elegir, y si no pensara en esa población que vive en los pueblos y dependen en un alto porcentaje del regadío en la cuenca del Alto Guadiana, no tendría dudas para decir que las recetas propuestas por la recuperación de los niveles freáticos de los acuíferos de los Ecologistas en Acción, son sin ninguna duda las que pueden llevar un hilo de esperanza a Las Tablas de Daimiel. Luego, cuando uno se pone en la piel del habitante de esos pueblos o del político responsable que tiene que tomar la decisión de cerrar pozos y de garantizar a la vez la actividad económica de esos pobladores, es otra cosa. La realidad casi nunca es una y detrás de cada manera de mirar al agua hay una mirada distinta.