La asociación de vecinos Fray Hernando de Talavera ha tenido la feliz idea de ofrecer un burro para el paso por la ciudad de la activista adolescente Greta Thunberg en su camino hacia la Cumbre del Clima de Madrid. El objetivo, confesado por la directiva de la asociación, no es otro que promocionar el Camino de Guadalupe y los valores ecológicos y medioambientales en los que andan empeñados desde hace unos años como una manera más de impulsar a Talavera y sus antiguas tierras. Algo sencillo que buscaba la repercusión mediática de todo lo que tiene que ver con la adolescente sueca.

Sin embargo, en los tiempos de nuevos fundamentalismos y verdades incontrovertibles con la ecología, el medio ambiente y el cambio climático, hay que andarse con cuidado. En cuanto te descuidas te puede caer un adjetivo descalificativo encima y echarte abajo el kiosco. Con estas cosas no se juega. Los de Fray Hernando, con su propuesta asnal, han cometido unos cuantos pecados de los que es difícil excusarlos.

No tomarás el nombre de Dios en vano, dice uno de los primeros preceptos de cualquier religión que se precie de Moisés para acá, y lo de del burro Platero y la invitación a Greta a un paseo por el Tajo le ha sonado a la niña a escarnio y befa de la nueva religión y sus sacerdotes. No quieres viajar en tren con locomotora diesel; rechazas el coche eléctrico que pone a tu disposición la Junta de Extremadura, quizás por aquello de que la energía que suministra al enchufe de Badajoz procede de un lugar tan impuro como la nuclear de Almaraz; vas a dar un rodeo por Salamanca para evitar contaminaciones y contactos aberrantes, y vienen estos de Talavera a ofrecer un burro. Lo dicho, suena a befa, a regodeo y a reivindicación escondida e inconfesable nada menos que de una línea de tren de alta velocidad. A cualquier cosa antes que a la cosa “intocable” y sagrada que son los valores que Greta encarna.

Pero es que, además, lo del burro o burra como medio de transporte -pues en esto tendríamos que entrar en si hay discriminación por razón de sexo- choca de plano con el precepto animalista y de bienestar animal que impide el abuso por montura de cualquier cuadrúpedo por los humanos. Montar en una burra y pasearse por una ciudad era símbolo de humildad cuando lo hizo Cristo el domingo de Ramos. Hacerlo hoy lleva pena de excomunión.

Añádase a los anteriores pecados el que la temeraria asociación vecinal no ha adjuntado a su ofrecimiento: el estudio de impacto ambiental por la producción de metano, vía cuescos, que el burro/a produciría a la ciudad. Compréndase por qué la niña ha dicho que no. ¡Que los dioses antiguos nos cojan confesados!