Para los anales que narran el progreso de Talavera y comarca ha quedado aquella célebre frase del alcalde José Francisco Rivas que aseguraba que el AVE llegaría antes del 2010 a “toda leche”. Una década después, el progreso prometido se ha convertido en una máquina de expedir billetes y la liquidación del taquillero.

Alguien dirá que lo de la taquilla y el taquillero no son sino una rémora del pasado y ahí está el metro de Madrid para demostrarlo, pero cuando las noticias que continuamente se reciben sobre algo siempre son en negativo es imposible imponer el optimismo y Talavera desde el AVE a toda leche de Rivas sólo ha recibido noticias para alimentar la melancolía. RENFE, ADIF y el santo misterio de los grandes expresos internacionales y su liberalización han decidido que en las estaciones que tengan menos de cien viajeros diarios ese servicio personal será eliminado y por mucho que se empeñe la portavoz del Gobierno Municipal en vender lo contrario nadie se lo cree: ni sindicatos de izquierda, derecha y centro, ni mucho menos ciudadanos de a pie que desde hace años han vuelto la espalda a un servicio que asegura cualquier cosa menos lo que el usuario busca. Talavera, como otras ciento cincuenta estaciones o apeaderos (que esa es la categoría con la que se distinguió a su estación) no llena diariamente dos autobuses de la Sepulvedana y esa es la única realidad sobre la que ahora se aplica la medida.

Hace apenas unos días se conocía la noticia de la electrificación de un tramo de la línea de Extremadura, algo que más que alegría produce vergüenza y sonrojo. Que a estas alturas de la película de la Historia nos andemos en el comienzo de la electrificación de una línea de ferrocarril en la región que con la central núclear de Alamaraz produce un alto tanto por ciento de la energía de todo el territorio nacional lo dice todo de los avances y el progreso del oeste peninsular. Está muy claro que el discurso de la España vaciada y todas las mandangas que se pusieron de moda en los medios hace unos meses choca con una realidad bien distinta.

El problema, insisto, no es que en una estación no exista una taquilla y un taquillero que expida un billete de tren. El problema es que ante la degradación continua del servicio no hay ningún tren que venga a toda leche, ni se le vea en el horizonte por mucho que ahora doña Tita García diga que conoce mucho al ministro del ramo. A toda leche hacia ninguna parte.