Han pasado las navidades y al menos este año nos hemos ahorrado unas cuantas tonterías de ese progresismo que pretendía imponer el laicismo y celebrar el solsticio de invierno a la manera de los neandertales. La culpa la tienen las últimas elecciones municipales, en las que los representaban tan progresistas propuestas acabaron pintando lo que la Juana en los títeres. En Madrid, en Vigo, en Zaragoza, en Gijón y, desde luego, en todas las poblaciones importantes de nuestra región, aquella pretensión de desacralizar las fiestas mediante el método de acabar con los nacimientos, los belenes y las cabalgatas de Reyes (o al menos convertir todas esas expresiones cristianas en cualquier otra cosa) ha brillado por su ausencia. Apenas algún concejal de pueblo, con ganas de dar la nota, se ha atrevido a atacar el sentido de unas fiestas que, pese a quien pese, están profundamente arraigadas en el espíritu individual, familiar y colectivo de esta sociedad. Los pocos podemitas que han quedado en los ayuntamientos se han resignado al papel que los ciudadanos les han otorgado y todos lo más, como ha ocurrido en Ciudad Real, protestan airados porque el equipo de gobierno del PSOE y Cs han realizado un pase privado en el salón de plenos para las familias de algunos concejales.
Muy a pesar de los que se autodenominaban representantes de la gente, los belenes vivientes, las cabalgatas de reyes, los nacimientos o las iluminaciones con motivos de la fiesta se multiplican en poblaciones grandes y pequeñas, y la gente acude y participa en masa en todas esas manifestaciones. Dickens lo contó hace más de cien años y lo que contaba es algo que va más allá de la coyuntura política en tiempos de crisis. Pretendieron asaltar los cielos y empezaron por reventar belenes y dejando las calles a oscuras por aquello del ahorro y el cambio climático. De ellos y sus pretensiones sólo quedan los restos, como ese belén de la Colau en Barcelona, entre trastos de desguace, o la cabalgata de las reinas magas de Valencia, con el éxito de público y crítica que se merecen.
No le extrañaría a uno que, en la próxima mutación de ese comunismo devenido en populismo fascistoide, alguno de ellos haga de San José o de la Virgen en el belén viviente que promoverán, vistos los gustos abrumadoramente mayoritarios de esa “gente” que no se les caía de la boca hace tan solo cuatro años. Aunque esto último, quizá, no sea sino un deseo dictado por el optimismo de ver el rotundo fracaso de los del solsticio y la demagogia ante la realidad simple de la vida. Volverán contra la Navidad y volverán a estrellarse contra ella.