El título pertenece a una de esas películas españolas de los años setenta del siglo pasado, cuando el Alfredo Landa de la primera época, Paco Martínez Soria y el destape eran los denominadores comunes en los cines españoles. Entonces nadie dudaba de que el turismo era un gran invento y una fuente de riqueza insospechada. Todo el mundo quería que el milagro de Benidorm o Torremolinos se trasladara a su pueblo y, así, el bueno de Paco Martínez Soria, en su papel de alcalde con boina de uno de esos pueblos de lo que llaman ahora la España vaciada, se largaba a dar una vuelta por la España que vendía sol y playa, y de paso se nos mostraba el catálogo de suecas en bikini recién llegadas a disfrutar a las costas.
No recuerda uno cómo acaba la cosa, pero imagino que, con el Ministerio de Información y Turismo de Fraga Iribarne por medio en la producción de la película, lo más normal es que Villateempujo de Arriba consiguiera uno de aquellos paradores nacionales que, como tanto invento franquista, venía de los tiempos de Alfonso XIII y de la II República. Los dos primeros paradores, el de Gredos y el de Oropesa, siempre tuvieron la bendición del rey y de Manuel Azaña.
Pero la historia ha cambiado. Aquella rara unanimidad de ver al turista como fuente de riqueza y desarrollo es de otra época. Para muchos, el turista es el bárbaro invasor que preconizaban los Celtas Cortos con aquello de “Haz turismo invadiendo un país”, y al que solo se puede parar a base de tasas fiscales, aduanas y estacazos en el bolsillo. El ejemplo es Barcelona, con una alcaldesa que persigue a los alojamientos turísticos y hace la vista gorda con los edificios tomados por las nuevas fuerzas de okupación. Lo grave es que ese discurso, como no podía ser de otra manera, ha sido adoptado por todos los que Antonio Escohotado llama “enemigos de la libertad” y, desde los ayuntamientos, como pretenden en Toledo, se proponen medidas contra la invasión. Los hosteleros de Toledo lo tienen claro: la vuelta del fielato franquista; una injusticia para procurarse un quiosco… Y, mientras, allí donde no hay otra cosa que campo y despoblamiento, la gente suspira porque lleguen los bárbaros y, al menos el fin de semana, se dejen unos euros en el pueblo.
En La Guardia, en plena Mesa de Ocaña, una asociación ornitológica promovida por Juan Luis Redajo lucha porque los aficionados a las aves pasen por las treinta y ocho hectáreas de su laguna a fotografiar escribanos palustres, carricerines y aguiluchos laguneros. La cosa parece que tiene éxito y una especie muy esquiva como el bigotudo, además de Juan Luis y su asociación, tienen la culpa. Esperemos que dentro de unos años no les echen a palos.